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Había estado muerto civilmente en una zona aledaña al río Carcarañá, donde está situado el Hospital Neuropsiquiátrico de Oliveros. Estuve muerto en vida durante trece años. El citado nosocomio era una colectivización despersonalizante. Los internados habíamos perdido nuestra condición de personas y éramos tratados por los enfermeros como una recua de animales que practicaban con nosotros lo que ellos llamaban “Puñoterapia”. Yo fui objeto de tales tratos por parte de un enfermero durante el año mil novecientos ochenta. Rememorando esos dolorosos hechos con la médica psiquiatra que me atiende actualmente, me comentaba: “estaba permitido lamentablemente”. Había médicos perversos en la colonia psiquiátrica que autorizaban a los enfermeros a ejercer estos malos tratos sobre los enfermos. Ellos tenían autoridad sobre nosotros y teníamos que bancárnosla. Así lo había aseverado el doctor Osmar Beas cuando le decía a Darío Sicarosi, un internado que padecía de epilepsia: “Acá mandan los que tienen chaquetillas”. La violencia verbal y de hecho, era como el pan nuestro de cada día entre los internados y al respecto en el pabellón cinco, mi amigo, el ciego Sánchez, me había dicho: “A vos te van a dar una puñalada y después andá a quejarte a magoya, están locos.”
Todo sufrimiento tiene un límite. Un día del año 1988 me anunciaban que estaba en la colonia psiquiátrica una abogada. Ésta, al verme, me reconoció:
- Yo lo conozco a usted -me dijo- no tengo memoria para retener los nombres pero sí las caras. Tal vez nos hayamos visto en el bar de la facultad. Yo soy la doctora Liliana Bordesio de Merke y he sido contratada porque se produjo la caducidad de la instancia y la designación de su tía, como curadora provisoria, quedó sin efecto.
-¿Usted viene como abogada de la familia? -la interrogó Adriana Altieri - Mario es la vergüenza de la Colonia, hace diez años que está internado y desde hace un tiempo los familiares no vienen a verlo y está en una situación de abandono familiar. Él tiene un alta hospitalaria.
Acto seguido, Adriana Altieri, quién como psicóloga, redactó un certificado en el que constaba que estaba compensado, luego se lo extendió a la doctora Liliana Castro que como médica psiquiatra, firmó el mismo. La doctora Bordesio hizo un breve comentario en relación a los acuses, cruce de acusaciones entre mis familiares. Raquel, mi prima hermana, hija de la ex curadora, vino en compañía de su esposo Edilberto Talenti y de mi otra prima Delia Beatriz y me pusieron en conocimiento que mi próximo curador iba a ser un abogado. En compañía de Adriana Altieri y de Liliana Castro fuimos en busca de un abogado para que ejerciera mi defensa. Quien había sido elegido para que fuera mi patrocinante, era el doctor Daniel Erbeta, Decano de la Facultad de Derecho. Mientras aguardábamos para que nos atendiera, la doctora Liliana Castro, me preguntó si nunca había intentado fugarme, le contesté que mi ansia de libertad me había impulsado a ello en dos ocasiones pero tuve sendos fracasos.
-El doctor Erbeta que va a ser su abogado es un penalista, un hombre joven que quiere luchar.-me dijo Adriana Altieri.
Una vez que nos hubo recibido el Doctor Erbeta, me preguntó desde cuando estaba internado en Oliveros exactamente.
Le contesté:- Desde el 14 de Noviembre de 1978.
- ¡Que bárbaro! –exclamó. Luego habló de la posibilidad de interponer un recurso de Hábeas Corpus para obtener mi libertad.
Sin embargo, el doctor Erbeta no intervino en mi caso y luego llego a la colonia un grupo de abogados especialmente contratados por Adriana Altieri. Una rubia abogada de verdes ojos, Laura Martín, me decía:
-Usted tal vez quiera hacer un tratamiento en una clínica privada.
Paralelamente el doctor Salvador Di Mari fue designado en Santa Fe, mi defensor de oficio. Fui notificado por los abogados, que mi tía, la ex curadora, para borrarse me hacía un nuevo juicio de insanía. Se seguían los pasos que marcaba la ley y se abría la causa a prueba por el término de cuarenta días. Se sorteaba un curador ad litem y la designación recaía en la doctora María Victoria Strata de David.
El día 14 de junio de 1991 era llevado en ambulancia a Santa Fe para un examen psiquiátrico, pero los médicos no se hallaban y entonces en la colonia psiquiátrica de Oliveros el Doctor Daniel Carballo redactaba un informe favorable. Pocos días después la Doctora Mirta Pautaso de Siaurro enviaba una carta a la colonia disponiendo mi inmediata externación. Un júbilo indescriptible se apoderó de mí al recibir la noticia. Atrás iba a quedar mi largo cautiverio y el peor de los calvarios en la Colonia Psiquiátrica. Mi vida, que durante 13 años había estado íntimamente ligada al clima de violencia que me rodeaba iba a experimentar un cambio radical.
Por fin llegaba ese tan esperado amanecer en mi vida, el del día 4 de septiembre de 1991. El abogado Enrique Font me anunció:- Salvador Di Mari está en la Colonia. Pasado el almuerzo en el auto del Chino Rosúa y en compañía de la abogada Mercedes Sentis, trasponíamos los límites del Hospital Neuropsiquiátrico y la que era en ese entonces mi acompañante terapéutica, María Claudia Siri, me esperaba en un geriátrico de Rosario. Ella, me proporcionó una ayuda valiosísima en la primera época de mi externación y actualmente es mi curadora.
Había vuelto a nacer después de tanto tiempo de estar muerto civilmente. La prolongada internación psiquiátrica había dejado en mí marcas morales y espirituales muy profundas que solo un largo transcurrir del tiempo podría cicatrizar.
Ya durante mi internación, me enojaba con frecuencia con Dios revelándome ante lo que me parecía un injusto destino, al producirse mi salida de Oliveros, seguía en ese estado de convulsión espiritual y estaba enojado al mismo tiempo, con Dios, Jesucristo y la Iglesia católica. Había resuelto renegar de mi fe católica. Encaminé mis pasos hacia la estaca de la iglesia Mormona. -Le vamos a mandar a los misioneros – me dijeron. De ellos recibí las nociones básicas de la Nueva Revelación enseñada por el profeta norteamericano José Smith. Había resuelto bautizarme en esa creencia religiosa. Durante la ceremonia del bautismo, Martín, uno de los mormones, hizo alusión a un pasaje del evangelio, la entrevista de Jesús con Nicodemo, quien me recordaba a ese volver a nacer que había tenido luego de la salida del hospital Neuropsiquiátrico, el texto decía lo siguiente:
“-¿Cómo un hombre puede volver nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer? -Jesús le respondió:
-Te aseguro que el que no nace del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu.”
La inmersión en el agua de la pileta bautismal que simbolizaba la muerte, me recordaba al tiempo que había estado muerto en vida y para la sociedad; y la salida del agua que simbolizaba la resurrección, me recordaba a mí volver a nacer a una nueva vida esperanzada.

Texto agregado el 20-10-2010, y leído por 237 visitantes. (0 votos)


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