¡Ponme la soga al
cuello, siente el parpadear de mi
sangre alimentando las encías
de mi crudo pecho, la cadena
sobre el cuerpo,
la gente gritando, el
calor en la entepierna,
da miedo morirse, la gente
a veces se mea de miedo, como
si se tratase de olvidar,
como si se tratase de algo!
Nobles párrocos del fin
ponen en mi cuello
lánguidas horcas,
murmullan sobre las piernas
de las mujeres de turno - que quede
claro que no somos de esas -
y dejan escapar, en potente chorro,
LA SALIVA.
[Mi cuerpo tirita, mi cuerpo muero.]
(Blisblás, blisblás)
Deja que chille la cadena apretando
mi entrepierna,
es dulzón el sabor del odio,
las rameras se corrompen por
tenerlo en la boca, es dulzón
como de leche agria.
Transvasijados, todos, transcritos a
la carne putrefacta,
el cuerpo de otros dioses,
yo me quemo, olor a trementina y carne
ahumada, la gente tiene hambre, te ven con los
ojos como entrecerrados,
con las fauces tibias de sangre.
(Blisblás, blisblás, blisblás...)
Tengo en las orejas cerilla caliente
de lenguetazos etruscos,
embates contra los senos húmedos,
las piernas fracasando al parirte,
- hijos de puta que me violas, que
masturbas mi alma llena de ti, de mí, del sol -
me duele,
me duele,
me duele tanto.
El sonido de tu vientre
al poseerme, el
aroma de tu cuello al
golpearme, el calor
de tu sexo al morderme.
Nobles párrocos del fin
se afilan las uñas en mis
huesos serenos. |