Las lecturas comenzaban a transformar mis pensamientos drásticamente. Cosas que antes me importaban ahora carecían de sentido. Enfrentaba el presente con una indiferencia cordial y una amabilidad distante, llena de formalismos y lugares comunes sobre el trato social que manejaba con destreza. Las nuevas personas que conocía no sabían nada de mí, sólo contemplaban un rostro, algunos gestos -no demasiados- y palabras sin mayor trascendencia. Lentamente comenzaba a perfeccionarme en la elaboración de conversaciones fluidas, orientadas siempre hacia el tercero y jamás hacía mí, no dejando entrever nada que llevara a saber qué pensaba o qué sentía, algo que sembrara alguna pista de quien era yo realmente. Era más fácil así, ya que generalmente conseguía una imagen agradable, pero evanescente. Se formaba la idea de que era alguien sencillo, introvertido y bonachón, sin demasiado color o energía. Ellos parecían felices de encontrarse con alguien tan solícito en conversar sobre cualquier tema, por más personal que fuese para ellos, sin la molestia de que se les exigiera pagar con la misma moneda. (No les exigía nada en absoluto.)

16.10.10