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Mientras más aumenta el conocimiento más complejidad y relatividad hay. En los albores de la ciencia todo parecía muy claro sobre el mundo. La mayoría de los procesos se podían explicar sentado tranquilamente y fumando pipa. Luego llegó Einstein, Heinsenberg, Planck y algunos otros a echar a perder toda esa serenidad para mutilar la física clásica para siempre. La ciencia ordenada, correcta y de esmoquin moría junto con el positivismo, desplazando a Isaac Newton luego de muchísimos años de dominación absoluta. Pero no solo la física, aquel apartado de la ciencia encargado de comprender los mecanismos que mueven la tierra y el cosmos, sufriría estragos en el siglo pasado. Georg Cantor y Kurt Gödel además arruinaron la seguridad de la lógica en nuestra rama más pura: las matemáticas.

El mismo Cantor, que terminó sus días en un psiquiátrico, obsesionado con ideas tan avanzadas que lo terminaron por carcomer por dentro, fue la prueba viviente del salto al vacío que comenzó a significar el avance del conocimiento. La sola noción de que existe una cantidad infinita de números entre el 1 y el 2 es devastadora (más aún la de realizar operaciones con distintos niveles de infinito), así como el abanico de posibilidades abiertas por los teoremas de incompletitud -que demuestran que hay cosas que no se pueden demostrar- revolucionaron el concepto tradicional de racionalidad. Gödel vio y comprobó, desde la matemática pura y dura, que habían sectores que la lógica no podía reducir. De allí a la física cuántica, teoría de cuerdas y la nula capacidad que tenemos para deducir por qué suceden con regularidad tsunamis en el sol habría solo un paso.

Pensé en esto porque el colapso abarca todas las áreas. El cine, uno de los pasatiempos esenciales de nuestra cultura, está evidenciando una lenta pero constante metamorfosis hacia la incertidumbre. Grandes blockbusters muy recientes, como Shutter Island o Inception, pueblan sus tramas con finales dobles, abiertos, confusos. Juegan con ideas de pérdida, realidades subjetivas, locura y falta de claridad. Desde la realización genuina cada vez se observa menos el atrevimiento de la certeza, y por el contrario, un advenimiento cada vez más furioso de la complejidad sobre los límites y significados de las cosas. Cito al cine por mencionar algo cercano y masivo, ya que ejemplos en el arte hay muchos. Es cosa de pensar en que el periodo transcurrido entre que Monet dibujaba paisajes impresionistas y bonitos y Rothko pintaba estados anímicos litúrgicos, abstractos y místicos, fue de apenas un puñado de decenas.

No quiero decir que el mundo lentamente se vierta hacia la locura. Sino que mientras más conocimiento se abarca, y más se construye, más se descubre que el universo es todavía más grande de lo grande que antes pensábamos que era. Tomar conciencia de ello puede resultar un pensamiento abrumador. Ideas como que la astrofísica recientemente ha descubierto que la materia tangible es minoritaria en la configuración del universo, y que la antimateria, fuerza negra o energía oscura constituyen casi todo allá afuera, sumado a la convicción de que de tal fuerza no sabemos absolutamente nada, puede ser chocante para cualquier espíritu reduccionista. El mismo Einstein se resistió a la idea de un universo de características expansivas, porque lo encontraba "poco elegante": su teoría unificadora de todo fue un estrepitoso fracaso ante la ineludible llegada de la cuántica; el mundo dejaba de ser uno, para empezar a ser probable.

Ni siquiera podemos decir que nuestro conocimiento de lo macro sea lo más difícil, ya que si nos enfocamos en lo micro es bien poco lo que podemos afirmar. Allí nos encontramos sólo con teorías dubitativas sobre el funcionamiento de las partículas subatómicas..., si es que tales partículas realmente existen. ¿O son pequeñas cuerdas, ondas, o quizás zumbidos? La misma teoría de cuerdas tiene al menos seis versiones distintas, y ninguna pista de cómo poder realizar algún experimento para comprobar nada, en el sentido clásico de la expresión. Y pese a todo ese desconocimiento, la ramificación de lo que sí podemos afirmar nos obliga a divisiones infranqueables entre expertos en un área que son completamente ignorantes en otra. La concepción del "hombre universal" renacentista es una utopía imposible en la modernidad.

Es cosa de mirar allí afuera y preguntarle a cualquier persona si sabe cómo funciona un vehículo, o cómo vuela la información para la televisión abierta, o cuál es el procedimiento que tiene internet para funcionar, para que nos demos cuenta de que a niveles sumamente cotidianos vivimos en las sombras. A veces pienso en estas cosas y en algunas maravillas simples, como el sistema de sincronización de los semáforos o las leyes que norman el comportamiento cívico. Siento mucha curiosidad por saber cómo funciona el mundo, pero el desafío me sobrepasa con holgura y sólo atino a dar saltos de fe confiando en que la voz de los expertos está calificada. Porque yo nunca he comprobado por mí mismo si es que tengo páncreas, riñones o corazón, y sólo me fío de las historias de otros hombres que los han visto, tocado y estudiado. Tengo que confiar en que los libros no mienten y Napoleón Bonaparte realmente existió, y no es fruto de una conspiración o el invento de algún creativo del pasado.

La ignorancia es, por lo tanto, un principio que vulnera nuestros actos cotidianos hasta tal punto que los define por completo. Nuestra distancia entre la operacionalización del mundo y lo que realmente somos capaces de construir es insalvable. El estado actual de la sociedad está a la base de la especificidad de unos cuantos y el desconsuelo de muchos inútiles, lo que acarrea la siguiente paradoja: nunca antes supimos tantas cosas como conjunto, pero como individuos pocos de nosotros sabríamos realmente cómo sobrevivir en un bosque privados de toda tecnología. Menos todavía cómo poner en marcha nuevamente el mundo como lo conocemos si llegara a suceder un evento que nos obligara a reiniciar la historia del hombre. Salvo nuestra lógica (de la que hemos comenzado a tener serias dudas) y algo de conciencia retrospectiva, podemos saber incluso menos que un neardenthal en el arte de sortear la vida en un mundo sin información compartida.

Y aún si supiéramos lo que todos los expertos del mundo, sólo estaríamos al borde del abismo. Recién empezando a despertar a una ignorancia tajante sobre más o menos todo. Sin mencionar que excluyendo el mundo material y su supuesta realidad, es bastante pantanoso el territorio de las preguntas trascendentales sobre nuestro espíritu, el alma, la distinción de la vida o la muerte, la noción del infinito y otras tantas. De ahí a entender el significado de nuestras vidas el trecho adquiere una dificultad insuperable de alcanzar por la razón.

***

Suelo recordar mi niñez. Cuando me acostaba de espaldas al cielo sobre el pasto. Miraba las nubes, y veía el capotaje celeste cubriéndolo todo, cuando de pronto una sensación de vértigo me obligaba a dejar de observar. Tenía la sensación de que si miraba demasiado hondo, demasiado arriba, el cielo me iba a succionar.

A veces, mirando las estrellas, me sentía temeroso ante la magnitud de lo que me rodeaba, y debía agacharme hasta tocar el suelo con las manos, no fuera que la gravedad dejase de funcionar de repente y saliera volando hasta un lugar donde no hubiese aire, hasta un sitio donde mi vida como la conocía se transformara completamente y perdiera la noción de lo que amaba.

En otros momentos una sensación de euforia no me dejaba pensar bien. Me hallaba necesitado de comprender aquel lugar extraño pero familiar, el sitio donde estaban mis sueños, donde cabía la felicidad más absoluta. Por mis brazos parecía correr una electricidad intensa y sólo quería correr. Hacia adelante, o hacia arriba, generalmente mirando el sol. A ver si dejando atrás las sombras hallaba el rastro de un pasado vibrante, quizás la historia oculta del mundo, quizás un aroma dulce de polen. Quizás el camino al paraíso probable, escondido tras una puerta cubierta de musgo en una muralla que nunca antes había visto.
13.8.10

Texto agregado el 20-10-2010, y leído por 239 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-10-2010 Si, esto ya lo dijo Sabato en uno de sus ensayos. No estoy de acuerdo para nada. Ojo, no es con vos, está bien escrito. Es que me parece un poco estúpido creer que antes se era más inteligente porque el mundo era "menos complejo". Es mentira, el mundo no ha cambiado, la gravedad siempre estuvo ahí, el heliocentrismo siempre estuvo ahí. El hombre de antes parecía más inteligente porque se ignoraban mas cosas. Pero entre el parecer y el ser hay una brecha muy grande. mrgonzo
 
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