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Esa noche volvió a soñar con su muerte.
Caminaba por un obscuro pasaje cuando se dio cuenta que no estaba solo, junto a el caminaba un hombre cabizbajo y con aspecto abatido.
Había algo en él que lo perturbaba, su manera de caminar lenta y pesada, su sepulcral silencio, la manera en que fumaba su cigarrillo o talvez la manera en que vestía, un abrigo largo y embarrado y pantalones beige en igual o peor estado que su abrigo. Era algo en su aspecto en general, no sabía que, pero algo en ese hombre lo tenía inquieto.

Apuró el paso alejándose cada vez mas del hombre silencioso, de vez en vez miraba sobre su hombro para asegurarse de encontrarse lo suficientemente lejos de él y cada vez que lo hacía veía a la sombra silenciosa que se alejaba poco a poco, hasta que por fin dejo de verla. Nunca antes en su vida había estado tan asustado pensó, pero ahora se encontraba a salvo, o eso es lo que él creía al menos.
Siguió tranquilamente su camino, disfrutando este último tramo en el que fumó un cigarrillo tras otro, cuando frente a el vio algo que lo descompuso, volvía a aparecer frente a él aquel extraño hombre, muy quieto y muy silencioso como antes. Parecía como si lo estuviera esperando. Al verlo pensó en correr, pero sus piernas no respondían, algo le impedía moverse, la sombra levanta la vista y muestra su rostro, ¡No puede ser!, exclama aterrorizado nuestro protagonista, el hombre silencioso apunta con un revolver y dispara. El cuerpo cae al suelo sin vida.

Un sueño, un sueño, repetía asustado, solo un sueño, si, solo un mal sueño, eso es lo que fue. Poco a poco se fue tranquilizando y pensó en volver a dormir, pero al igual que en las noches anteriores, no pudo hacerlo, el simple hecho de pensar en volver a soñar con aquel hombre se lo impedía. Ya no recordaba cuando había comenzado este martirio nocturno, pero ahora noche tras noche el sueño repetía, ese hombre volvía a aparecer y él volvía a morir. Esperó acostado a que amaneciera y se levantó, un día más de vida. Un día más asustando de encontrarse cara a cara con ese hombre.

Salió de su casa, tomó el bus, se bajo en un café cercano a la oficina en donde trabajaba, compro un café y se sentó un banco en el parque a mirar como pasaba la gente. Se sorprendió viendo como hombres y mujeres de todas las edades caminaban apresuradamente, cada uno en su propio mundo, y pensó en la cantidad de pensamientos, problemas e inquietudes que rondaban día a día por las calles. Tomó su café y caminó al trabajo pensando en los compromisos del día.

Tomó el bus de vuelta a su casa tratando de demorar lo más posible el momento de llegar, para él ésta era la peor hora del día, la hora de volver a su hogar y tener que acostarse sabiendo que soñara nuevamente con su muerte y despertará aterrado. Al llegar comió muy lentamente, leyó hasta muy altas horas de la noche, tratando de alargar cada segundo de vigilia, pero sin darse cuenta, estaba una vez más caminando en el obscuro pasaje.

Al igual que todas las noches anteriores despertó asustado, sudando y repitiendo para si mismo, fue un sueño, fue un sueño. Las escasas horas de sueño hacían que día a día el cansancio se fuera acumulando.
Dejó el trabajo, los nervios lo tenían al borde de un colapso. No podía dormir y cada día era peor que el anterior, estaba cansado y asustado.
Comenzó a beber esperando así olvidar la cara de ese hombre que lo perseguía en sus sueños.

El cansancio, el miedo y el alcohol ayudaron a que el aspecto de este hombre decayera más y más: La cara demasiado arrugada para su corta edad, su cabello teñido de blancas canas, sus ropas sucias y desgastadas, nadie podría imaginar que él era el mismo hombre que alguna vez fue. Su hogar al igual que él estaba muy descuidado, las cortinas se mantenían día y noche cerradas, la basura esparcida por el suelo y su cama sin hacer.

Mucho tiempo pasó así, encerrado en su casa sin más compañía que botellas y cigarrillos. Se pasaba el día hablando solo, y mirando el vacío. Trataba de no pensar en ese hombre, pero cada vez con más frecuencia su memoria lo evocaba.

Una tarde estaba fumando hundido en el sofá, llevaba mucho tiempo así, fumando compulsivamente, cuando sintió que no estaba solo. No podía ser, pensó, sigo despierto, tengo que estar solo. Se paró y fue al baño a lavarse la cara. Como siempre caminaba lentamente y con paso cansado, entró al baño y se miró en el espejo, pero en el reflejo lo vio a él que lo miraba con su mutismo habitual. Corrió, y en todos los espejos se repitió la misma escena: él esperando silenciosamente, estaba horrorizado, esto no podía ser, ¡estaba despierto!, tomó lo que pudo y rompió los espejos.

No podía dormir, no podía estar despierto. Comenzó, más que nunca, a desesperarse, no se sentía nunca seguro. Tenía miedo, no quería seguir con esta tortura. No veía como podría salir de esta situación, se quedaba todo el día en un rincón fumando. Cuándo ya no podía más de sueño, sufría porque volvería a morir, no sabía que hacer, simplemente su vida se había convertido en una larga pesadilla.

Sentía que ni en su hogar se encontraba seguro, por lo que se preparó para salir de su luego de meses.

Desde el incidente de los espejos decidió que desde ese día no iría a ningún lugar sin su revolver, que había comprado cuando empezaron los sueños pero que nuca había usado.
Cuando por fin se armó de valor para salir, tomó su arma, sus cigarrillos y cruzó la puerta. No veía la luz del día hace tanto tiempo, que cuando salió, tuvo que esforzarse en mantener los ojos abiertos, cuando logró acostumbrarse a la luz, caminó sin rumbo. Fue al parque, al mirador, pasó frente a la oficina en la que una vez trabajo, claro está que en el estado en que se encontraba ninguna persona lo reconoció, ni él a nadie, él solo caminó.
Cuando comenzaba a oscurecer, él se encontraba andando en una calle que le pareció familiar, como si la conociera hace mucho tiempo, y fue por eso que siguió caminando por ahí.
De pronto se dio cuenta de que efectivamente conocía ese lugar, era el pasaje de sus sueños (o pesadillas), miro a todos lados aterrado buscando al hombre que lo había matado tantas veces, pero no lo encontró, trato de mantener la calma. No pudo. Miró una vez más hacia atrás y nada. Hacia delante, nada. Miró a su derecha y ahí estaba caminando junto a el, justo como en su sueño. No pudo soportar esa visión y corrió.
Miraba esporádicamente hacia atrás y cada vez que lo hacia creía ver a la sombra, pero estaba tan obscuro que no estaba seguro si realmente la veía, pero aun así corrió todo lo que su cuerpo le permitió, cuando volvió a caminar encendió un cigarrillo tras otro con la esperanza de encontrar la calma en las bocanadas de humo. Y así siguió su camino mientras fumaba. Luego de mucho tiempo alzó la vista y frente a él, en una ventana, vio a su asesino, miró su cara, y trato de correr, pero al igual que en su sueño, no pudo. ¡No puede ser!, exclamó aterrado, pero antes de decir nada más aquel hombre de rostro arrugado y de blancas canas sacó de su abrigo un arma, apuntó y disparo. Una vez más y como tantas veces lo había echo en sueños, el cuerpo calló sin vida.

Texto agregado el 19-10-2010, y leído por 58 visitantes. (0 votos)


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