El rio está muy picado, la lancha se mueve más de lo recomendado, mis sentidos desesperados piden la toalla del boxeador rendido.
Los salvavidas comidos por la polilla, las bengalas vencidas por el mal paso del tiempo, y el ancla que, pobre, pesa tan poquito, que sería estúpido pretender fondear para rezar de rodillas un padre nuestro cola para arriba. Encima que aun faltan un millón de leguas marinas para arribar a buen puerto que apenas si veo el horizonte solamente.
La falla primera estuvo en haber iniciado la travesía deprovisto de información precisa.
Pronto ya no sabré más de donde agarrarme para no caer al vacío infinito.
Pero por suerte veo venir un helicóptero en mi ayuda, y quienes están adentro sueltan una escalera que mansamente se deposita en la proa. Gracias amigos digo gritando a viva voz, gracias por socorrerme.
De pronto un rescatista se arroja a las aguas y ya estando arriba de la embarcación me ayuda a subir por la escalera de soga. El cielo se ha puesto de color plomo y se escuchan los primeros relámpagos. Según comentan en la cabina hay un tornado en las proximidades.
Tornado que vemos acercarse a gran velocidad hasta que nos absorbe, intermediando un fuerte viento que asusta. Quien enseguida domina la situación haciendo que el bólido pierda el control comenzando a dar giros sobre si mismo. Hasta inclusive un par de oficiales salen despedidos hacia afuera primero. Además de precipitarnos cual mosquito sin alas, cayendo al rio sin ninguna solución.
Fueron tan pocos los metros que pudimos hacer que mi barca aun permanece al alcance de mi mano.
Sacando los ruidos de la tormenta hay un gran silencio a mi alrededor, ay Dios mío, calculo que soy el único sobreviviente.
Cuando por fin logro montar la lancha nuevamente, vengo a descubrir que alguien dejo olvidada una cruz de Cristo.
Nos quedamos mirándonos fijamente, por un momento pensé en maldecirlo, pero opto por besar su rostro ensangrentado.
Al levantar la cabeza observo que la costa ahora está sobre nosotros, que me he podido salvar.
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