Se convenció de que no sería madre a eso de los 23 años cuando se fijo en el poco futuro que tenían sus relaciones de pareja, cuando el orgullo que le cubría el cuerpo entero le permitió fijarse en cuan errático podía ser su carácter y lo difícil que era llevar su genio en una conversación fuera de política o religión.
Desde esa edad no se desgasto en hacer planes, más que en su mente y sin comentar con nadie, respecto a hijos y esposo. Solo diciendo de manera categórica que no se casaría, ni tendría hijos jamás, le hiso frente a las críticas respecto a su realismo y varios, incluyendo su familia, la hicieron ver como una pesimista amargada, a la que poco a poco fueron excluyendo de manera paulatina de cada evento familiar que se presentaba.
Tuvieron que pasar un par de años para que en definitivo se alejara de su familia buscando una mejor solvencia económica, se fue a la capital a trabajar. Los primeros meses habló cada día con su madre quien en un afán casi enfermizo le preguntaba si tenía pololo o pareja y ella le respondía con un seco; “no, estoy bien así”. Las conexión con el tiempo se fue haciendo cada vez más distante hasta que finalmente un día le dejo de llamar y su madre le dejo de responder. Ya nadie preguntaba por la Alejandra, porque todos sabían que estaba en Santiago trabajando y de haberle sucedido algo trascendental ya todos se habrían enterado.
Mientras que ella en Santiago hiso su vida tan apegada a su pensamiento como pudo, hasta que apareció Ismael, un hombre serio y de rasgos suaves. Lo amó desde el principio y se imagino casada, pariendo sus hijos con dolor y felicidad, lo soñó en discusiones por la falta de dinero para pagar la hipoteca o por las notas de la mayor que no lograban ser lo suficientemente satisfactorias, si hubiese puesto más ánimos de estudio. Fue tanto que sin darse cuenta su familia, se casó y pario su primera hija con dolor.
-¡Porque mierda me casé contigo!- le grito fuerte mientras pujaba en la sala de partos de la Clínica Santa Valeria.
-Porque dijiste que si.- respondía Ismael tratando de hacerla reír entre pujo y pujo.
-Vamos puja una vez más.- Decía una doctora entre sus piernas.
-¡Porque no llame a mi madre para decirle que te conocí!- grito largo por última vez hasta que se escucho el llanto de una pequeña bebé rosada y húmeda.
Un mes después el teléfono de la familia Olate volvió a sonar, contestando Don Javier Olate.
-Papá, soy la Ale, dígale a la mamá que le ponga más agua a la olla que en diez minutos llegaré por allá y con una sorpresa.- Respondió antes de de que su padre dijera Aló y al mismo tiempo cortó.
Estacionó el auto afuera y con ayuda de su esposo bajo del auto al pequeño bultito blanco a quien llevo en los brazos hasta la reja donde le hablo a su padre que trataba de hacer algo con unos fierros y la máquina de soldar.
-¿Papá venga que no quiere conocer a su nieta?
-¿Y esa guagüita?- dijo el hombre
-Es mi hija, papá.-
-y quien es el papá?
-Mi esposo.
-Te casaste?
-si
-Cuando?
-Hace un año.
-Por la iglesia?- Interrumpió el dialogo la madre.
-No, Ismael no es católico.
-Tendrá que serlo, porque tienen que casarse y bautizar a la pequeña.- Insistió el padre acercándose a ver el bebé que traía en los brazos.
-Y tu no que no querías casarte?- Interrogó la madre.
-Pues que me enamoré.- sonrió
-Que nombre lleva?- pregunto con un poco más blando el corazón la madre.
-Marta Adela.
-y como la tuviste.- pregunto el padre.
-Como se tienen los hijos, con dolor.
-Y quien es éste?- dijo don Javier
-el padre de la niña.- contesto ella
-Es tu esposo también?- Interrogo su madre.
-Así es.
Todos se sonrieron al mismo tiempo mirando la cara de la pequeña que dormía sin importarle quienes estaban a su rededor mirándola, luego entraron a la casa, querían saber todo de la Alejandra, su esposo Ismael y su pequeña hija Marta Adela.