Cada vez que espero el semáforo en la esquina de Merced con Santa Lucía no puedo dejar de verte en el hombrecito parado de rojo. Mientras lo miro levanto la cabeza y observo lo que me rodea, lo que alguna vez nos rodeó a ambos cuando aquel hombrecito nos hacía detenernos y no podíamos evitar besarnos bajo el curioso arrebol del semáforo. Cuando las luces de los autos y de las micros y los bocinazos y la ciudad entera daban lo mismo y lo único que podía hacer era perderme entre el jugoso placer de tu boca. Es raro ahora que lo pienso, llevo viviendo mucho tiempo por acá y siempre esta esquina significó para mi tus besos. Sabía que utilizando la otra orilla llegaría más rápido, pero el gusto de la besable espera me hacía decantar siempre bajo el tricolor sabor de tus labios.

Ahora que recorro solitario las mismas esquinas y los mismos semáforos, las mismas micros con sus bocinazos, los mismos hombrecitos de colores y la misma ciudad que sigue siendo la misma aunque ya no estás más conmigo, me doy el tiempo de observar lo que me va rodeando, lo que antes nos rodeaba a ambos. A mi lado una pareja se funde en un beso en aquella esquina que antes fue nuestra pero que ahora por casi un minuto les pertenece solo a ellos, pienso en que si alguna vez se darán cuenta que ocupando la otra orilla se atraviesa más rápido o si ya se dieron cuenta y aún así prefieren la esquina de la espera, la de los besos, aquella esquina que cuando se tiñe de rojo hace que se me aparezca de pronto tu cara y no pueda dejar de recordar.