Hoy, bien tempranito, vientre vacío, una de esas mañanas que te hielan los huesos, fui, fuiste, fue, fuimos, fuisteis, fueron a donar sangre.
Soy, o por lo menos así lo creo yo, una de esas personas curiosas, que piensan veinticinco horas del día, defensora infalible de pobres y causas perdidas (como solía decirme mi mamá), de las que si el tamaño del cerebro fuese proporcional a su actividad tendría una enorme cabeza sobre mis hombros. Por esto y algunas cosas más, hubo algo que captó poderosamente mi atención.
Primero, una mujer joven y agradable me condujo a una sala de espera, cálida a pesar del invierno externo. Comencé a mirar las paredes, en ellas unas vulgares aunque bonitas imitaciones de las obras de un pintor cuyo nombre recordaba hasta toparme con un enorme “cartel” que interrumpía la armoniosa sala.
La señorita de blanco e impecable delantal (aunque no sé si era señorita o señora), sonrisa mediante, me pidió amablemente que leyera aquel “cartel”.
Me atrevo a expresar que el cincuenta por ciento de las restricciones que amenazante escupía esa sopa de letras, son innecesarias y discriminatorias. Podría analizar cada una de ellas, pero entiendo que los aburriría, y aunque así no fuese, son de más ejemplificadores los dos hechos en los que me voy a detener y referir, ya que los encuentro opresores a la libertad y al derecho de igualdad.
Mis ojos quedaron atónitos cuando ante ellos se descifró: “Usted no puede donar sangre si ha estado en prisión o en una comisaría por mas de setenta y dos horas”. Sí, yo pensé lo mismo que usted en este momento, porque? Verdaderamente todavía no encontré una respuesta que me resulte convincente. ¿Será que las personas (por denominarlas de alguna manera) que confeccionan estas normas, encuentran esos lugares tan inferiores en condición humana que quien se exponga podría contraer todo tipo de enfermedad de transmisión sanguínea? Y si por ese camino estuviese la respuesta (aunque lo dudo), ¿no han escuchado la frase “reinserción social”?
Superada esa línea, aunque no por ello de acuerdo, nuevamente choqué contra un muro, ladrillo tras ladrillo de hipocresía: “Usted no puede donar sangre si tiene o ha tenido relaciones homosexuales, aunque solo aya sido una vez”. Sí, sé que suena loco o ridículo. Y otra ves me hice la misma pregunta, porque? Acaso no nos enseñaron que las enfermedades de transmisión sexual no distinguen hombre, mujer ni condición sexual. Entonces, ¿porque una persona gay o bisexual no puede, puedo, puedes, podemos, podéis, pueden donar sangre?
Haciendo una apreciación personal (ustedes tendrán la propia), pensé, si esto me resultó discriminatorio, ¿porque no le pregunté a quienes me atendieron las razones de tales restricciones? ¿Habré tenido miedo que piensen que no cumplía con todos los requisitos y dudaran de mi sangre? ¿No me habrá importado que esto cambie? ¿Tenía mis propias respuestas y no me interesaban la que ellos me dieran? Ahora, ustedes, ¿hubiesen preguntado?
No quiero ofender a ningún lector, pero esto me hizo llegar a una conclusión, si estas restricciones existen hace tanto tiempo y nadie pregunta ni intenta cambiar las cosas, aunque nos moleste o eso decimos; ¿realmente queremos cambiarlas? Estamos dispuestos a que nuestro ser querido o nosotros mismo recibamos la sangre de un preso o un homosexual? Yo sé mi respuesta, ¿ustedes la saben?
|