Entro corriendo al bulevar. Confundido, no sé bien adónde voy, pero corro a fondo. Debe ser Oroño. Me ayudo con las manos y al mismo tiempo trato de que no se me caigan las cosas que traigo.
Hay poca gente en el bulevar. Parece feriado. Pero yo corro igual, esquivando los pocos pibes que hay en las esquinas sobre todo, que me piden algo que yo no tengo.
En eso, por descuido, por mirar para otro lado, se me cae una botella de agua que no sabía que llevaba. La levanto rápido, la guardo no sé dónde y sigo corriendo.
Luego de unas cuadras, a la altura de Corrientes creo, me topo con un paredón de chapas oxidadas que cortaba el bulevar de lado a lado. No había ni un espacio por donde pasar, ni siquiera por la vereda. Bloqueado por una gran muralla de chapas.
Por no aminorar la marcha decido agarrar hacia la izquierda, por lo que sería Ayacucho, aunque en realidad parece esa calle al sur de 27 de febrero, porque la corta el ferrocarril ocupado por casitas precarias.
Entrando a esa cuadra perpendicular al bulevar y antes de agarrar por la inmediata paralela, una chica que está cerrando con llave la puerta de su casa me aconseja que no vaya por ahí, que es peligroso. Le agradezco y pensando que se refería a la cortada por donde las vías del tren, sigo hasta -digamos- Ayacucho.
Un tipo y una mina que están chamuyando en la vereda advierten mi ingreso no bien doblo la esquina. El tipo como por acto reflejo sale impulsado hacia mí. Mi reacción inmediata es pegar la vuelta y correr lo más rápido que puedo. Igualmente el tipo me va a alcanzar y el único recurso que me queda antes de que me mate es despertar. |