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El coche se desplaza pesadamente por la carretera oscura. Cada tanto la conductora, sumida en la exasperación, cambia luces con un ómnibus de línea o un gran camión multieje. Ruega a Dios no incurrir en un fatal error de manejo. La ciudad más cercana se halla a varios kilómetros pero le consta que hay una gasolinera en un cruce de caminos más o menos cercano, desde la cual sería posible pedir auxilio. Su acompañante se retuerce de dolor, le implora aumentar la velocidad. Ella hace caso omiso, la noche es una boca de lobo, no es muy experiente y tiene miedo de rozar la cuneta y despeñarse. Siente náuseas.
Tras un largo rato de marcha observa, a poco más de medio quilómetro, el cruce en cuestión iluminado por intensas bujías. Respira hondo.
Su acompañante vomita un espeso chorro de sangre.
“¡¡ No puedo más¡¡”. Con el semblante transido de dolor encoje el cuerpo y se hace un ovillo. Los espasmos son constantes.
Por medio del teléfono del establecimiento se hacen los arreglos para que el herido reciba atención urgente.
Observa con repugnancia los coágulos de sangre diseminados en el asiento delantero y los vidrios. Hace frío. Se ajusta el sweater. Le pasa la mano por la frente helada. Respira con mucha dificultad.
“¡Qué espanto¡”
Una ambulancia llega a toda marcha. El personal le practica los primeros auxilios y luego lo sube al vehículo para trasladarlo al hospital más cercano.
En la lejanía se extiende sobre una loma invisible la pequeña ciudad de inquietas lucecitas serpenteantes.
“Y sí…es un caso complicado. Acompáñelo y tómele la mano, háblele con cariño…”




Doña Marga es desde joven sirvienta del establecimiento rural; desempeñó sin chistar y durante muchos años cuanta tarea le fuese encomendada, incluida la crianza de los niños, actuales patrones, nietos de la primera generación. Tiene actualmente setenta años y atraviesa por la fase terminal de una enfermedad incurable. Se halla postrada y se retuerce atrozmente; los analgésicos ya no surten efecto.
Sus gritos roncos son como un martillo que golpease las paredes interminablemente.
- María… llevo doce horas trabajando en la granja y necesito dormir…No sé como va a terminar este asunto…
- Ten paciencia Miguel…tápate los oídos. En poco tiempo la desgraciada va a morir.
La situación empeora. La enferma grita y se lamenta ininterrumpidamente tomándose la zona lumbar con desesperación. Algo de arrastrarse por el piso y llevarse los muebles por delante.
“Esto se tiene que terminar aquí”, pensó Miguel...
Excepcionalmente esa noche reina la calma.
- Cómo se siente Doña Marga, noto que está más tranquila…
- Si…a veces el maldito dolor afloja para volver a empujar con más fuerza patroncito. Discúlpeme por las molestias que les estoy causando. Espero la muerte y no viene. Me parece que la iré a buscar…
- Tranquilícese; le conviene recostarse con la cabeza más arriba, la va a aliviar. Le voy a alcanzar aquella almohada grande.
- No se moleste patroncito…es lo mismo.
- No es molestia…vamos a ver.
Miguel toma la almohada con ambas manos y se acerca a la cama. Exánime, la mujer levanta la cabeza y aguarda el gesto de su patrón con una mueca de dolor. Éste,con ademán decidido le aplasta la almohada contra la boca y la nariz. Los ojos desorbitados no consiguen conmoverlo; ya no lucha, no tiene fuerzas para desembarazarse de semejante peso, excepto el índice de la mano derecha con el cual consigue accionar el gatillo del revolver que lleva sujeto a la mano, bajo las sábanas.
- Discúlpeme patroncito pero desde muy niña me han enseñado que la muerte viene sola o la llama una.

LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados
Montevideo, octubre de 2010

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Texto agregado el 11-10-2010, y leído por 82 visitantes. (0 votos)


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