PASEO, EL DOMINGO TEMPRANO, POR EL PUEBLO DE CERRALBO
Un Domingo, temprano, me decidí
el ir, caminar, pisar a mi antojo,
sin prisa, los alrededores de Cerralbo.
Tenía ganas de ver, observar,
si han cambiado las cercas
de piedra, del Castillo del Convento,
donde siguen las piedras de los berrocales.
Era pronto, ya se veía.
Fui como buen caminante, por caminos, veredas, collados, altozanos.
Recorrí. Me cansé. Fue una experiencia tan grata,
que prometieron mis piernas, no sería la última vez.
¡Qué maravilla! ¡Qué encanto!
¡Qué alegría! El verlo, decirlo, escribirlo y contarlo.
Quedó prendido, éste día, como una impronta,
tan grabada, que jamás se me olvida.
El campo, sus veredas, sus zarzas, sus espinas,
sus piedras, su tierra, su arena, y el canto del pajarito mañanero:
en los cercados, en las viñas, en sus prados.
Las flores en las orillas, a mi paso, querían darme sombra, me mandaban su escarcha, me dejaron lo más hermoso que tienen, so olor y su sabor.
Querían mandarme su sombra, pero no las dejé.
Me paré, hubo un silencio, y aprovecharon para mandarme
su canto, su aroma y en el silencio...
Me dijeron “ Buenos días, nos de Dios”.
Yo estaba, tan abrumado, que saqué mi pañuelo para limpiarme
mis ojos y ví que el pañuelo quedó
transformado, teñido en color, de flores diversas, amarillas,
verdes, rojas, azucenas, amapolas, malvas, y...
Dejando una estela de olor, la sencilla, preciosa, Canela.
Se oía. “Hasta otro día, buenos días, nos de Dios”.
Más allá, en una orilla, árboles frutales. Enfrente,en la otra, árboles de madera.
Unas me ofrecían fruta, peras, manzanas, higos, nueces,
avellanas, almendras, moras y brevas.
La otra, madera, de encina, roble, pino y secuoya.
Éstas me ofrecían su madera.
Me decían, aquí tienes tu cama, tu mesilla, tu escaño, tu tajo,
tu camilla, tus puertas.
Aquí tienes los yugos, los carros, los arados.
Cuando seas mayor, los mejores y sencillos y elegantes
bastones, los que quieras.
¡Qué delicioso domingo! Todos ofreciendo y dando…
Miré hacia atrás y oía hasta el domingo, “Buenos días nos de Dios”.
Me encontré, cuando volvía a casa con el Rufino.
Perdona, tengo prisa, no te puedo atender.
Me quedé un tanto confuso.¿Qué le puede pasar al Rufino?
¡Un domingo a estas horas!.No tendrá tiempo. Pensé
No hubo tiempo, que pena, para darnos los buenos días.
Pasando unos domingos, me encontré con el Rufino y todo quedó
aclarado.
Salamanca a 30 de Abril del año dos mil diez.
Firmado: Julián López Santolino.
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