Es evidente que uno – yo - intenta hacer lo peor de cada situación. ¿Qué cambió en mí que hizo que pueda hacer eso? ¿Y qué cambió tiempo después que hizo q no lo pudiera soportar? Quizás esta incesante necesidad de sentirme miserable, de odiar cada fibra de mi ser es lo que inconscientemente me impulsa a la negación. Soy otra persona totalmente distinta a la que te hice creer que soy. Te hice creer lo que yo quería creer que era, sin darme cuenta. Es que cuando me mirabas yo sentía que me admirabas, que me respetabas como esa persona. Ahora temo que la próxima vez q poses tus ojos en los míos se vuelvan fríos e inertes. Una vez más logre ponerme en el lugar de lo triste. Sin embargo se que de eso aprendí que para ser esa persona que hago creer que soy, tengo que dejar de actuar, dejar de temer y animarme a serlo. Los errores se cometen en los momentos en que uno más predispuesto esta a no errar. Sera la presión, la inquietud, será una sensación de vacío que uno torpemente intenta llenar, con lo equivocado, con lo correcto jamás. Quizás se teme perder la juventud, ¿no es cierto q después de cierta edad no se permite equivocar? Lo más temible de todo esto, es que hay errores que jamás se perdonan, y quedan incrustados como pedazos de vidrio caliente en la memoria, nunca cesan de quemar. Pero aun más temible es que nunca los reconoces como tales hasta q los cometes. Es como la trampa de todo este gran juego, en el que aparentemente, uno juega para perder.