Aplasta la colilla sobre la mesa. Consigue intimidar a la doméstica de Konnor. A ver si sale de la oficina ese viejo puto, piensa.
—¿Necesita algo?
—Plata, el silencio vale, ¿no cree? ¿Usted tiene plata?
La doméstica se ríe, muestra unos dientes amarillentos parecidos a los suyos, solo que a salvo de la nicotina.
Konnor demora, hace sus cuentas con una calculadora descangayada. Marea papeles. Telefonea a algunos acólitos prestos a fungir de matones. Lástima que ninguno esté disponible. Planea escabullirse.
—No tengo plata—contesta la mucama—, si la tuviera no trabajaría acá.
—Si la tuviera no trabajaría.
—Claro.
—Llame al patrón.
—Está ocupado, ya le dije.
—Inglés de mierda.
La mucama baja la cara, sorprendida.
—Si quiere puedo traerle un café, o un refresco...
—No. Quiero al inglés de mierda acá afuera, ya. A ver con qué protocolo me sale ahora.
—Señor, el señor está ocupado, seguro está redactando el...
—Una mierda. Siempre está ocupado. Hay que hacer reservas para conversarlo. ¿Usted lo defiende?
—No, no—dice la mucama, confundida—. Yo solo trabajo aquí, señor...
—Mándelo llamar otra vez, si no quiere ser su cómplice...
La mucama sale disparada hacia el corredor. López maquina estrategias de acorralamiento. Aunque no tiene tanta paciencia. Es peligroso quitarle todo a un individuo, dejarlo vacío, debió saberlo Konnor. Es peligroso no tener que perder. Lo dijo Belgrano. Los que no tienen qué perder, además de desgraciados, son irrefrenablemente libres.
La empleada rechoncha regresa del escritorio como gallina asustada.
—Dice que ya viene—anuncia, mientras se muerde nerviosamente el labio inferior—. Que lo espere dos minutos más.
—¿Se va a escapar, no? Me va a posponer de nuevo.
—No, no—reacciona la mucama, con las manos crispadas-. No hay nada de que preocuparse.
—¿A usted le hizo lo mismo, no?
—¡No, no, cómo cree!
La mujer baja los ojos, avergonzada. Se ha delatado, porque López no le ha dicho la razón de su desprecio.
—Por dónde sale—pregunta López.
—Yo no puedo, señor, no puedo...—ruega la mujer, que es presa de ese odio que comparte, de esa cosa inenarrable que la hostiga cada noche y se le sale por los ojos cuando intenta el disimulo—. No puedo decirle.
—Es grande esta casa, una mansión—comenta él, ella lo mira.
—Sí, una manzana entera, hay muchas ventanas y puertas, y un altillo con salida al este, donde hay una baranda blanca que da sobre la calle San Martín...
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Palujo: así es
Sordiman: vale
Aristidemo: ¿le suena la participación lectora? ¿La inferencia? Úsela que se le oxida
Silvimar: no se equivoca usted, esa es la intención, sep
Nanajua: gracias
Serjio:que suerte lo encuentra de rápida lectura, eso me salva de caer en el bodrio entonces!
Gmmagdalena:gracias por su opinión y comentario, besos y lunas
Filiberto:me alegra que lo encuentre dinámico, le agradezco la lectura
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