Fantasmas… demonios, espíritus, almas que no descansan en paz, que rondan a los vivos… o a los que así parecen.
Tipos envueltos en sabanas blancas… humanos rodeados de un verde fosforescente… o seres invisibles que susurran misterios y tormentos a las familias que aún quedan.
Fantasmas… ¿que son?... ¿Qué soy?... ¿un fantasma?
A veces los veo pasear a mí alrededor… sonreír, o hablar entre ellos, comer polvo de la vieja casa abandonada y desaparecer con la luz del día.
Sean hombres envueltos en sabanas… u otros fosforescentes, con la carne destruida exponiendo costillas, cráneos… algunos escasos de ambos ojos, sin dientes o incluso sin cabezas. Repito el hecho de que algunos son solo la voz del difunto, y agrego que otros son personas comunes y corrientes que atraviesan paredes o desaparecen con el viento de septiembre.
Fantasmas… su fría y fulminante presencia escarcha mi corazón… con un pulso inexistente. Imitan los pasos de los vivos en una vieja casa abandonada del siglo dieciocho asustando a medio mundo, menos a mí que me he vuelto amigo de ellos. Amigo… quizás es una palabra grande para alguien que solo pasea a su lado… pues ni un saludo les concedo, no por miedo, sino por respeto.
Noche tras noche las tumbas se vacían y los muertos desfilan a sus hogares terrenales. Espanto en los ‘’vivos’’ por la desgracia de ver otra vez a sus seres amados despertar de las criptas.
Fantasmas… susurran a mi oído los misterios inexplicables cada noche y se esfuman con el viento de septiembre cada mañana en que el sol los descubre en la vieja casa abandonada.
Sus paseos pacíficos en cada noche oscura dejan estragos en un pueblo que le teme a lo desconocido.
Fantasmas… fantasmas… fantasmas…
¿Qué son?, ¿Qué soy?, ¿Qué somos?
Fantasmas… espíritus intranquilos que vagan por un mundo muerto que parece vivo… fantasmas…