El 25 de Junio, día en que cumplió los 25 años, Leonardo se encontró dos millones quinientos veinticinco mil doscientos cincuenta y dos pesos bajo el kioso de los conciertos populares en el Parque de la calle 25, mejor conocido como El Parque de los Pobres.

Siempre había sido deuteronómico. Con frecuencia cuando le preguntaba la hora a los transeúntes le respondían "las once y once" o "las cuatro y cuarenta y cuatro". Si miraba al azar las placas de los carros o las direcciones de las casas veìa 11-22 o 50-50.

Era sólo la segunda vez en su vida que se había encontrado dinero en un sitio público. La primera vez cuando tenía quince años y la bonanza económica de la cocaína que beneficiaba al país había beneficiado también a su familia.

De la noche a la mañana peones, guachimanes y ex-agentes de policía construían mansiones en Santa Anita o Ciudad Jardín y recorrían la Avenida Sexta en TransAms, BMW's y Maseratis.

Habían sido setenta mil pesos en una época tan dorada como lejana en que con esa cantidad se podía pasar una noche de bacán en un puteadero del sur con fufurufas refinadas, lomo serrano y Leche de la mujer amada. Lo sabía porque de ese golpe de fortuna había sacado el infortunio de tres años de angustia amorosa por la puta refinada del sur que lo había desvirgado en una larga noche de intenso placer con sudor y lágrimas y que lo hizo sufrir más que la defensa de Boca jugando en Avellaneda.

Era la clase de persona que si se encontraba dinero o un paquete en cualquier almacén iba sin detenerse a pensarlo dos veces al departamento de perdidos y encontrados y entregaba lo que había hallado.

Desgraciadamente para la gente que perdía cosas valiosas en los almacenes hacía años que Leonardo no podía darse el lujo de entrar a ellos.

Si al salir de un banco advertía que le habían dado dinero de más era capaz de regresar hasta cien cuadras para devolver el excedente al cajero que había cometido el error.

Desgraciadamente para los cajeros que cometían errores hacía años que Leonardo no se contaba entre los clientes de las instituciones financieras.

Ese concepto prístino, anticuado y un poco neurótico de la honradez lo había adquirido gracias a las enseñanzas de su padre quien se había suicidado en la cárcel antes del comienzo de su juicio por malversación de fondos, acusación que poco después fué probada completamente falsa, pero que había bastado para sumir a su familia en la ruina.

A pesar del mencionado concepto sobre la honradez Leo supo sin lugar a la menor duda que los veinticinco millones estaban destinados sólo para él, pues los halló envueltos en la página del diario local donde se había reportado un suceso reciente del cual, por razones ajenas a su control tuvo que asumir el rol de uno de los principales protagonistas.

Todos los miércoles y viernes Leo llegaba a la sección más afluente del Barrio Alto. Los vecinos ya se habían habituado a verlo con su atuendo andrajoso y su perenne aire a vencido, escarbando en los tachos de basura en busca afanosa de artículos reciclables.

Mientras avanzaba por el andén del exclusivo Colegio Juan XXIII, por la pista atlética del campo de fútbol se acercaba trotando un hombre de aproximadamente sesenta años quien con frecuencia lo veía pasar.

Unos tres pasos antes que se cruzaran, uno por la pista atlética y otro por el andén separados por la rejilla metálica y como de costumbre se saludaran con una leve inclinación de la cabeza, el alto y distinguido sexagenario cayó de rodillas en la pista y llevándose las manos al pecho dobló la cabeza y tras un leve tambaleo cayó boca abajo sobre la arenilla de la pista.
CONTINUARA....