A veces el viento
nos acaricia inesperadamente,
rompiendo los esquemas
de la más absoluta calma
y nos despeina las canas
que tan trabajosamente
son acicaladas con el espejo.
Entonces ya no hay más remedio
que poner el rostro bien de frente
desechando las absurdas dudas
trazadas en nuestra tosca cara
para poner en todas las mañanas
lo que tan generosamente
llega con la caricia del viento.