Estaba allí esperando, al fin había llegado el momento de hacer su sueño realidad. El nerviosismo se apoderaba de todo su ser; por días estuvo imaginando este momento y ahora, que se encontraba a minutos de iniciar el camino a concretarlo, no podía contenerse emocionalmente.
El lugar de espera era iluminado y muy acogedor, una música suave e instrumental matizaba el mismo con una grata calidez, que cada cierto tiempo era interrumpida por algún anuncio a través del audio central; pero a ella eso no le molestaba, su concentración en lo que sucedería a partir de ahora, la mantenía completamente ajena a su entorno.
Eran las 3.45 de la tarde cuando un llamado por el audio central le hizo saltar de su asiento:
“…Pasajeros del vuelo 445 con destino a La Habana, Cuba, por favor diríjanse a la puerta 15 para abordar”…
Al oír el llamado de abordar, dio un salto en su asiento y el corazón le empezó a latir mas aceleradamente; era la hora de partir. Se incorporó de la silla y se persignó, pidiéndole a Dios por su suerte en este viaje.
Pasados unos treinta minutos, ya el avión volaba hacia su destino; en su mente empezaron a sucederse pasajes de su niñez y estampas de aquella isla que vanamente recordaba y habían marcado su corazón. El triste día de su partida, en Julio de 1980, cuando unos oficiales del Ministerio del Interior vinieron en un auto y en medio de la madrugada, los sacaron de la casa con destino al puerto habanero del Mariel, sin darle tiempo para despedirse de su novio, aquel joven apuesto del que nunca mas supo y que ahora trataría de encontrar para explicarle; el viaje en una precaria embarcación, atestada de gente de todo tipo que nunca antes había visto; la llegada al Sur de la Florida, detalles, algunos olvidados por el paso del tiempo.
En su mente, el recuerdo de Ángel, aquel que fuera su primer novio, con apenas 13 añitos, era una constante; los besos a escondidas de sus padres, en la oscuridad de aquella esquina de la calle de su casa, con la muda complicidad del enorme y viejo árbol de laurel, que les cobijaba en su juvenil muestra de amor.
¿Qué sería de él; se recordaría de ella y no le guardaría rencor por su partida y su falta de comunicación por más de 25 años?
¿Qué sería de todos aquellos amigos del barrio con los cuales compartía fiestas y paseos, estarían todavía viviendo allí?
¿Estaría todavía su casa en pie, ya que sabía por las noticias, que muchas partes de la Habana habían sucumbido ante el paso del tiempo y la falta de mantenimiento?
Muchos cuestionamientos se agolpaban en su mente, en comunión con los recuerdos de adolecente.
Pasaron algunos minutos, cuando a sus espaldas, en la siguiente fila de asientos, una señora que viajaba junto a la ventanilla empezó a gritar:
- ¡Miren, miren, es Cuba, nuestra tierra está allá abajo con su verde hermoso!
Con los ojos aguados de la emoción se asomó por la ventanilla del avión y pudo observar, como ante ella y a cientos de metros abajo, se conjugaban el azul del mar con el verde de la vegetación costera. Era Cuba, la isla de donde una vez fue arrancada sin derecho a decidir, sin posibilidad de decir adiós.
Pasaron quince minutos mas y que para ella parecían siglos, cuando el capitán del vuelo indicó que todos los pasajeros deberían poner el asiento en posición vertical para proceder al aterrizaje; segundos después las llantas del avión se deslizaron suavemente sobre la pista del aeropuerto habanero “José Martí”; un estallido de aplausos surgió de manera espontánea por parte de los pasajeros, había llegado el principio de su aventura, se comenzaba a materializar su anhelado sueño.
Pasados los trámites de inmigración y aduana, procedió a dirigirse al área exterior de la terminal; a diferencias del resto de los pasajeros, a ella no le esperaba nadie, ningún familiar o amigo estaba allí para darle la bienvenida. Miró a su alrededor y en un costado del amplio portal pudo divisar unos autos de alquiler, entonces con su reducido equipaje se encaminó a uno de ellos pidiéndole al chofer que le llevara a un hotel en el centro de la Habana.
Ya dentro del auto y a través de la ventana miraba hacia fuera con ansias de recordar, con curiosidad; pero nada le era familiar.
- ¿Dígame señor, como se llama este lugar de la Habana? - Le preguntó al chofer.
- Rancho Boyeros. - Le contestó aquel joven conductor.
- ¿Oiga y el barrio de Santos Suárez es muy lejos de acá? - Volvió a preguntar ella.
- Un poco mi señora, como a unos veinte minutos; en realidad no es tan lejos, pero como la vía está un poco deteriorada y es esta la hora del mayor tráfico, ese es el tiempo que mas o menos nos llevaría llegar a ese barrio.
- ¿Desea usted ir a Santos Suárez o directo a un hotel en el centro? - Le preguntó entonces el chofer.
- No, no, lléveme primero al hotel, luego que me instale entonces pienso en ir o no hoy.
Al cabo de media hora ya estaba instalada en una cómoda habitación de un hotel del barrio del Vedado, en la Habana; el lugar era bastante acogedor y se apreciaba limpio, por ello decidió instalarse en él.
Luego de deshacer su maleta y tomar un baño, salió al balcón de la habitación, desde allí se podía apreciar parte de la Habana, el Morro, la parte de la Habana Vieja y sobre todo el mar. La vista era bella, e invitaba a contemplarla por horas; el sol en su incipiente ocaso, a lo lejos, trataba de fundirse con el azul mal en un destello color naranja.
Esa tarde prefirió quedarse cerca del hotel, averiguó sobre algún restaurante de comida de mar cercano al hotel y en el mismo cenó; luego regresó al hotel y se encaminó al bar del mismo, allí pidió unos cócteles y al poco rato subió a la habitación para descansar.
Amaneció el siguiente día, el sol en el levante, dejaba ver sus primeros rayos; desde su ventana el espectáculo era hermoso. El mar, en su quietud matinal, parecía un espejo gigante, en el cual se reflejaban los rayos del sol; a lo lejos, el Morro, se empinaba como un guardián imponente de la bahía habanera, rodeado del azul mar.
Ya incorporada, se dispuso a tomar un baño y ponerse cómoda ropa para iniciar su reencuentro con aquel lugar al cual añoró regresar por muchos años. Bajó al lobby del hotel y luego de desayunar en el restaurante del lugar, salió en busca de un taxi, tomó uno y le pidió al chofer que le llevara a la barriada de Santos Suarez.
Al llegar al barrio, todo le era desconocido; trataba de dar marcha atrás al tiempo y ubicarse, pero nada le parecía igual; el frondoso laurel de la esquina, bajo el cual muchas veces compartió besos de adolescente enamorada con Ángel, ya no existía. La calle le parecía estrecha y los huecos en el pavimento mostraban la desatención a su mantenimiento. Buscó la que era su casa, pero donde supuestamente esta estaba, ahora había una de dos plantas que también le era ajena.
…Cuanto ha cambiando esto… pensó mientras se disponía a descender del auto de alquiler
Pagó el importe de la carrera y le dijo al chofer que viniera en dos horas a recogerle, cerró entonces la puerta del auto y comenzó a caminar sin rumbo fijo por aquella cuadra que tantas veces la vio correr en su niñez.
Anduvo por la acera, pasando por frente de donde estaba su casa, se paró allí por un momento y miró el número; efectivamente era ese el número, eso si no lo olvidaba, era el 412 de esa calle. Siguió su marcha hacia la esquina opuesta y luego retrocedió por la misma acera. En ese instante una anciana que la había visto bajar del auto de alquiler y caminar sin rumbo por la calle, se le acercó preguntándole.
- ¿Hija busca usted a alguien o algo por acá?
- Buenos días señora, la verdad es que no busco nada; viví allá en aquella casa hace muchos años, hasta que me fui para Estados Unidos; ahora regresé y trato de encontrar a alguien de esa época.
- ¿No me digas que tu eres Alicia? - Preguntó la anciana con voz entrecortada.
- Si, es ese mi nombre. – Respondió ella
-¿No te recuerdas de mí? Yo soy Aurora. - Dijo la señora.
En ese instante, los ojos de la muchacha se nublaron de lágrimas; cómo olvidar a aquella mujer que fue tan amiga de su madre. Entonces, ambas mujeres se fundieron en un abrazo lleno de emoción y cariño.
Ya recuperadas de la emoción inicial del inesperado encuentro, la anciana le invitó a pasar al interior de su modesta casa; dentro, nada parecía haber cambiado con el tiempo, según sus recuerdos.
Luego de actualizarse sobre los acontecimientos en el barrio por los últimos 25 años, la joven indago por sus amigos de la infancia y el resto de los vecinos que recordaba. Allí estuvieron ambas mujeres por casi dos horas; al cabo de ese tiempo, ella se acordó de que le había dicho al taxista que la recogiera en la esquina y estando dentro de la casa el chofer no la vería; entonces procedió a salir al portal de la casa a ver si el auto llegaba, miró a ambos lados de la calle, pero no vio al auto de alquiler, de pronto, cuando se disponía a volver a entrar, algo le llamó la atención; era la figura de un joven que caminaba por la acera.
- ¿Ángel, eres tú?
El joven al oír su nombre miró al portal.
-Si soy yo, ese es mi nombre.
-Soy Alicia, ¿Ya no me recuerdas? – Dijo ella.
-¿Alicia, pero tú no estabas en Miami? – Preguntó él.
-Sí, pero vine de visita, tenía un sueño que cumplir y vine por ello.
Entonces el joven se encaminó al portal donde estaba ella y ambos se fundieron en un abrazo lleno de cariño, que les hizo recordar aquellos tiempos de adolecente, en que compartían un amor lleno de esperanzas; en un abrazo de perdón, sin recentimientos; un abrazo muy parecido a sus expectativas, a lo que hasta ese instante solo había sido un sueño y motivo fundamental para ese viaje.
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