Capitulo tres: “La piedra”.
Hable con Remedios tres días después de conocerla, terminaba su jornada de trabajo y se dirigía al teléfono; leía detenidamente los apuntes y garabatos del teléfono, aquellos que yo había plasmado con antelación, y permanecía ahí hasta la madrugada. Sin embargo nunca noto mi presencia, pare ella era una sombra, otro árbol perdido, un adorno mas de la banca. Le invente una historia a su rostro, a sus rodillas resecas y a su pelo enmarañado. Parecía un perro de la calle recogido por algún extraño, mantenía esa curiosidad y sentido de seguridad propios de quien es invitado a un nuevo hogar.
El faro medio siempre estaba encendido, así que su reacción, o la falta de ella, ante mi, no se debía a la oscuridad, respondía a otra razón – No quise especular mas sobre ello.
¿Qué tal, otra vez a no llamar?/ Me vio con extrañeza, como se ve a las bancas que hablan/ ¿Disculpa?/ Digo ¿Te quedaras otra noche aquí, sosteniendo la bocina sin hablar?/ ¿Y tu, te quedaras ahí sentado sin hacer nada?/ No es lo que piensas, estoy aquí haciéndole compañía al árbol/ ¿Y el árbol lo sabe?/ Tanto como yo sé que el me hace compañía a mi/ Si, claro/ Remedios esbozo una sonrisa, me levante y acerque a ella/ Soy/ Dude por un segundo/ Zicarza/ Muy bien Zicarza, el acompañante del árbol, yo sor Remedios, la que no llama.
Zicarza era la cara detrás de las palabras, honestamente fue decepcionante conocerlo, había mistificado al autor del teléfono. Imaginaba a un hombre sabio, anacrónico, de cabello plateado, rasgos fuertes, ojos profundos de mirada eterna; la imagen tradicional de un sabio, un sobreviviente de guerra, una persona con todas las heridas del mundo; en cambio me encontré con un muchachito de no más de veinticinco años, con una actitud desinteresada y una apariencia demasiado cuidada. Todo en el parecía planeado, muy elaborado y falso; desde su cabello cuidadosamente despeinado, hasta su excesiva intención de ser gracioso. Caí en la cuenta de que todo lo dicho en el teléfono no era más que el plagio de literatura de ricos y estudiosos. Decidí irme/ Veo que haz pintado tu mano con el apéndice de Dios/ Si, me gusto como sonaba y decidí anotarlo para no olvidarlo/ Absurdo, ya que lo repito todas las mañana, pero si lo supiera seguro se burlaría de mi/ Sabes, el error esta en ver a Dios como alguien, y al hombre como algo/ Pensé pedir que me explicara, pero no quise ser impertinente, el era el autor del teléfono, dentro de el estaba lo que yo buscaba, lo que todo el mundo busca- La respuesta al propósito de la vida.
Remedios siguió viniendo y continuo llamándome Zicarza, el nombre que adopte sin mas propósito del de no revelar mi nombre a una extraña; se paraba junto al teléfono a no llamar, a escucharme divagar y acertar en mi búsqueda, sin hacer mas cuestionamientos que los gramaticales; a ayudar a organizar mis ideas y apuntes, y a aprender de ellos. Como una niña tomaba por cierto, y sin dudar, la lógica de su padre que la lleva de la mano, y yo, tan solo por no dejar, acepte su incondicional ayuda. No tenia idea que esos dos gestos desiguales pero recíprocos resultarían en tan viscerales resultados.
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