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A pesar que tenía la espalda molida, el abuelo tuvo el coraje de levantarse temprano e ir a la ciudad a trabajar en lo que sea, para comprar los alimentos que ya se habían agotado.

Antes de salir, llamó a Ana y Carlos, sus nietos, y les dio un flaco desayuno: una taza de té y medio pan untado con algo de mantequilla. Eso era todo.

-No salgan ni le abran la puerta a nadie. Vuelvo por la tarde- les advirtió y se alejó quejándose en silencio del tremendo dolor que sentía en la columna.

Poco después del mediodía, los niños ya empezaban a sentir hambre, sobre todo Ana, que era tan comelona. Carlos, entonces, antes que su hermana empezara a lloriquear, buscó algo que comer entre los cajones del repostero. Quizás, por suerte, encontrara alguna manzana perdida, algún camote o papas para freir. Pero apenas pudo encontrar un trocito de zanahoria.

-Quiero almorzar- se quejó Ana en voz baja y se hundió molesta en el único sillón que había en la sala.

-Ya vendrá el abuelo, ten paciencia- dijo Carlos, masticando la zanahoria de mala gana.

Al poco rato, Ana se quedó dormida. Carlos rogó que se quedara así hasta que el abuelo llegara, porque sino, ella lo atormentaría con su llanto.

Como hacía un poco de frío, la cubrió con una frazada ahuecada.

-¿Tú también tienes hambre?- le preguntó al gato negro de la casa que se paseaba inquieto por la cocina. -Paciencia, gatuno, ya te traerán un pescadito.

Y mientras le conversaba al gato, Carlos se quedó también dormido sobre una silla coja de tres patas.

Cuando ya anochecía, despertó alarmado por los gritos de Ana que daba vueltas por la sala.

-¡Tengo hambre, quiero mi comida! ¡¿Tanto demora el abuelo?!- gritaba ella al borde del llanto.

Entonces, para que se calmara, Carlos trajo un frasco con unas semillas y fue con ella al jardín pelado que tenían al fondo de la casa.

-Mira, de estas semillas ahorita nacerán arroz, frejoles y un pollo frito- dijo muy serio, regando las semillas alrededor de unos geranios.

-Mentiroso- protestó ella, cruzando los brazos y arrugando su carita de lo enojada que estaba.

-Sí, créeme, ahorita nacerán y haremos con ellos un plato suculento, ¿ya?- dijo Carlos, abrazando a su hermana.

-Mentira, eso demorará mucho tiempo. Además, de las semillas no nacen los pollos, embustero- dijo Ana, haciendo reir a su hermano.

-Son semillas mágicas. Ya verás que en un ratito más, comeremos rico- dijo él. Se la llevó a la sala y la sentó en el sillón.

Como el televisor no funcionaba, Carlos prendió la radio para escuchar música.

-Ven, vamos a bailar esa cumbia- dijo él, tratando de animarla.

-¡No, no quiero bailar, sólo quiero mi almuerzo!- gritó ella, sin salir de su sillón. Y empezó a llorar nuevamente.

Carlos se sentó al lado de ella y la consoló acariciándole los cabellos.

-Cálmate, paciencia, hermanita. Ya el abuelo estará viniendo- dijo él, pensando lo que estaría haciendo el abuelo ausente. Se apenó imaginarlo cargando sacos de papas y cebollas con esa espalda enferma que lo atormentaba.

-"Ojalá esté vendiendo golosinas en los buses y no cargando cosas pesadas que le hagan sufrir...pobrecito"- pensó, con la mirada perdida en el retrato del abuelo clavado en la pared.

Al rato, Ana y Carlos se durmieron abrazados. Parecían dos pequeños náufragos asustados en el barco herido que simulaba el sillón, como extraviados sobre las aguas del hambre.

A medianoche se desató una feroz lluvia. El gato negro, curioso, brincó sobre las cabezas de los niños y se posó sobre el alféizar de la ventana para comtemplar el aguacero.

En plena madrugada, Ana despertó y corrió desesperada al jardín. Tantas eran las ganas de comer, que tuvo la inocente ilusión de que quizás esas semillas eran mágicas como le dijo su hermano.

¡Boba, eres una boba por creer en tonterías!- se reprochó ella misma, al no ver el arroz, los frejoles y el pollo frito.

Aunque quiso, no pudo reprender a Carlos por sus mentiras, porque lo vio dormido con una cara tan triste y tiritando del frío, que tuvo pena de él.

-Oye, ya cociné el arroz con frejoles y puse encima el pollo frito- susurró ella al oído de su hermano.

Él despertó y vio de cerca los ojazos de su hermana.

-¡Síiiiii! ¡Qué delicioso huele!- dijo y ambos se rieron.

Poco después, para distraer al hambre, decidieron jugar con el gato. Se pusieron unas máscaras de dinosaurios y lo corretearon por toda la casa. El gato, irritadísimo, por ratos, se erizaba y los enfrentaba mostrándoles sus garras amenazantes. Temiendo que los arañe, los chicos decidieron dejarlo en paz.

Luego, Carlos infló un globo enorme y en el nudo de él, amarró un pañuelito sucio.

-Mira, Ana, ésto es el "hambre". Vamos a reventarlo- dijo, arrojándo el globo por los suelos.

-¡Sí, para que no exista más en esta casa!- sentenció Ana, y atacaron al "hambre".

Durante un buen rato, lo aplastaron contra sus pechos, contra la pared, contra los suelos, y nada, no podían reventarlo.

-Qué difícil había resultado este bandido- dijo Carlos, agitado de tanto pisotearlo sin éxito.

Al final, como el pellejo del globo era demasiado grueso, difícil de reventar, decidieron botarlo de la casa.

-¡Largo, nunca más vuelvas por aquí!- vociferó Carlos, arrojándolo por la ventana.

-¡Sí! ¡Fuera de acá! ¡Que te coman los perros por malo!- gritó Ana, viendo a los perros ladrando como locos alrededor del "hambre", hasta que uno de ellos de un mordisco lo reventó.

Cuando ya empezaba a amanecer, cansados del trajín de la madrugada, fueron en silencio al dormitorio.

-Nunca había tenido tanta hambre como ahora- comentó Ana subiéndose a su cama, tapándose con la frazada ahuecada.

-Ni yo- dijo Carlos, sacándose los zapatos antes de acostarse.

Mientras pensaban en el abuelo, escucharon el violento crepitar de la lluvia sobre los techos de la casa.

-¿Dónde estará el abuelo? ¿Y si no viene nunca?- dijo Ana, muriéndose de sueño.

-Claro que vendrá. El jamás nos abandonaría- dijo Carlos, sintiendo unos ruidos extraños en su estómago."Las tripas protestan" pensó , mientras se aprestaba a leer un libro de cuentos de terror.

Horas después, al cesar la lluvia, un silencio total reinó al amanecer.

De pronto, cuando ya el sueño lo estaba venciendo, Carlos escuchó el caminar de alguien, detrás de la pared que daba para la calle. Afiló bien el oído.

-Ana, ¿escuchas esos pasos?- dijo él, levantándose para despertar a su hermana que dormía profundamente. -¡Ana, Ana!, ¡despierta, escucha!

-¡Plap,plap,plap,plap...!- se oían unos pasos ligeros.

-¡Escucha, escucha, Ana...!

-¡Plap,plap,plap,plap...!- sonaban como si tuvieran prisa, indudablemente preocupados.

Los muchachos, mientras se levantaban presurosos, fueron escuchando a los pasos que se acercaban a la puerta de la casa. Sonrieron con los ojos húmedos de la emoción. Se pusieron los zapatos y se arreglaron los cabellos.

-¿Hueles?- dijo Ana, abrazando a su hermano, ya lista para correr a la sala.

-¡Siiiiiiiii....! ¡A pan calientito! ¡A leche fresca! ¡A jamón y a queso de cabra!- dijo Carlos, deleitándose con los ojos cerrados.

-¡Y a bizcochito de maíz! ¡Y a carne molida! ¡Y a pescadito frito!- dijo, Ana, saboreándose los labios. Y salieron felices del dormitorio.

Aunque a diario estaban acostumbrados a escuchar esos pasos, nunca como ahora habían sido más queridos.

Eran los pasos del abuelo que volvía al fin con un cargamento de víveres.

Para Ana y Carlos, los pasos más hermosos de la tierra.

-¡Abuelo, Abuelo, tanto demoraste! ¡Abuelito!¡Abuelito lindo...!- gritaron eufóricos y se estrecharon con unos brazos viejos, pero aún trabajadores y bastante fuertes como para pegarle al hambre cuando se atreva a faltarles el respeto.

Texto agregado el 02-10-2010, y leído por 176 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-10-2010 Cuando faltan los padres por decisión propia o por accidente, siempre los abuelos sacan fuerzas de flaqueza para cargar con una curz que no les corresponde, porque ellos ya cumplieron su tarea con sus propios hijos. Benditos sean nustros abuelos, yo, a ellos les debo cuanto soy.Felicitaciones porque además expones como debe ser la solidaridad entre hermanos; confianza y mutuo apoyo en penas y alegrías.Felicitaciones. pantera1
02-10-2010 Hermoso cuento.Bien escrito.Ameno.Tierno y cierto. Filiberto
 
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