Hay historias sabias, relatos instructivos, parábolas bellas, pasajes poéticos, pero la fábula más tierna jamás contada es de una tortuga.
Tortunita yacía bajo un caparazoncito color de corazón, rojizo purpúreo. Movía sus patitas como un palpitar inquieto, pero permanecía inmóvil.
Aguardaba a orillas de un jagüey dejando que el lodo la cubriese, dándole apariencia de músculo ensangrentado, ávido, expectante.
Pum, pum; pum, pum… Tortunita evita la acción con un acopio de voluntad enconado bajo la coraza que protege su vulnerable cuerpo.
Pasó muy cerca un astuto zorro que se detuvo, impresionado: “Tú no eres tortuga. Yo te conozco y esa coraza a nadie engaña”.
-¡La zorra que te parió! –profirió un perico, oculto entre los juncos de la ribera.
Tortunita conservó su quietud externa pero por dentro todo su ser se estremecía de incomodidad. Sabía que era su naturaleza sacudirse el lodo y avanzar hacia algún sitio menos hostil y sin embargo permaneció inmóvil, inclinando la cabeza con una sonrisa débil.
El zorro se afiló los bigotes sabiendo que algo tramaba Tortunita con su conducta ajena a la naturaleza. Quería provocarla. La instigó con preguntas sobre sus propósitos ocultos y el noble animalillo permaneció imperturbable.
-Tú esperas algo, yo puedo decirlo. –Tortunita ladeó la cabeza, respetando su astucia y sintió que algo se removía entre el lodo, o más bien, en su pecho, como si quisiera seguir al zorro a los confines de la tierra para admirar su virtud eternamente.
-Si la tortuga cree que es lenta, entonces lo es –graznó el perico, y Tortunita abrió mucho los ojos, mostrando respeto por su locuacidad que parece un cúmulo de principios y valores sabios. Deseó entonces que el perico la invitara a volar a su lado para aprender de sus experiencias tropicales.
Una tercera voz que hasta el momento no se había hecho escuchar, un flamenco color camarón habló desde la laguna en un acento castizo, susurrando hacia la tortuga confundida.
-No te muevas de donde estás sino hasta que haya un gran motivo. Yo crucé los cielos como si no tuviera patria para hallarla. Sólo un gran sueño te mueve del cómodo lodazal, querida.
Tortunita quería sacar la cabeza del caparazón y apreciar la imagen de quien compartía tan temerarias palabras. Sintió el impulso de salir y entregar su credulidad al extranjero.
Otra voz muy distinta distrajo su romántica visión. Jamás había escuchado cómo se expresa un junco. Éste, al mecerse, aconseja que busque en el jagüey y al repetirlo con el susurro de la brisa, Tortunita asoma cautelosa los ojitos de espesas pestañas. No puede dejar de verlo; si se mueve, si no se mueve, si se inclina hacia acá ¿por qué se aleja? Si hay otros juncos, si la mosca vuela.
Palpita y quiere salir del lodo, lavarse en la orilla y acercarse al junco distraído con el ulular antes de la tormenta.
La grulla china desciende muy cerca de ahí y mira el curioso pedazo terregoso que acecha al junquillo rojizo.
-Esperando en la ribera del río, esperando en el lodo, esperando ensangrentada, esperando siempre en fiesta y gozo, la tortuga evita la acción. Recibe a los tres extranjeros respetuosamente y la buena fortuna estará contigo.
-¿A qué te refieres? –quiere saber Tortunita de la dama blanca y emplumada que le anuncia todo ello con ademán maternal.
-Permíteme aplaudir tu inacción en estas circunstancias. Oí de unos ancianos que la tortuga representa la espera; el no estar activamente involucrado. Permite a la naturaleza seguir su curso. A pesar de los cambios a tu alrededor, permanece impasible. Evita presionar con tus ideas y expectativas al ser amado. La paciencia y la comprensión son necesarias.
-¡Y qué tendría que hacer caso a los extraños de la ribera!
El pobre animalito dejó que el lodo la ocultara de los tres extranjeros a los que había admitido respeto. Se guardó sus ideas y expectativas aún cuando el junco la deslumbraba radiante bajo el sol de junio. Dejó que el lodo la acogiera para aquietar su voluntad que seguía Pum, pum; pum, pum.
El sol quebrantó la tierra pero no su intención.
¡El junco ya no me podría hallar! -temía.
-Pero si quiere, buscará –insistió la grulla, sin sentirse agraviada por el pasado comportamiento de Tortunita. Aleteo a su lado para refrescarla en sus pensamientos que le fruncían el ceño.
-Sólo habría que estirarse con una ráfaga de viento…¡qué fue eso!
-¿Qué fue qué?
-Eso –dijo Tortunita. No se atrevía a mirar.
Por fin se asomó y los rayos la encandilaron con su intensidad.
El junco estaba bañado por la lluvia y el jagüey brillaba cual cristal.
-Día justo –dijo la grulla viendo el sol de siempre, la brisa de siempre, los seres cotidianos.
-Quizá pero para mí que he estado en la fresca tierra entumida, poder estirarme cálidamente así es aterrador…
El junco le hizo una caricia y Tortunita aspiró profundamente.
Por esta fábula podemos imaginar por qué las tortugas de pantano son más lentas que sus hermanas de playa y desierto. Son cautas para que sea el junco el que haga su movida. |