Escribir en la pantalla de pronto se queda sin encanto. No puedo regresarme a ver los borrones que hago ni puedo ver si el papel está a punto de ceder por tanta corrección que hago sobre la marcha. No me permite equivocarme ni dejar los acentos desatendidos, y cada tres palabras una línea roja me advierte que me equivoqué otra vez. Lo que más me desencanta es mi necesidad de corregir lo que la pantalla me dice que corrija y es ahí en donde me dejo de aguantar.

Realmente no sé si todo sea así actualmente. Con la modernidad y sus vestidos de seda. No sé si la gente se me presente corregida y aumentada advertida por un programa automático invisible. No se hasta que punto confiar en ellos. Sería todo muy lindo si la gente se me presentara como es. Así con sus borrones y sus faltas de acentos. Con letras de más y una que otra “S” en lugar de “c”. Me identificaría mas con ellos.

Sería lindo porque sería auténtico. Sin tapujos, sin disfraces. Sin reglas de la sociedad que hoy hagan a este mas agradable y a aquel más educado. Sería mejor conocer a un borracho sincero y entregado que a un ejecutivo sin emociones. Sería más encantador leer a una mujer con el alma destrozada que las clásicas chicas nice con su ropa bonita.

¿A que le tememos? ¿Porque la necesidad de arreglar la vista que damos a los ojos de los demás? ¿Qué es lo que nos hace regresar sobre la marcha a corregir los errores que cometimos y negarlos para presentarnos “más aceptables”? No lo sé, pero descubro que he sido víctima de esto a lo que critico. Prefiero escribir en la pantalla, que arrugar hojas de papel… aunque lo extraño con todo el corazón.