Estaba sentado sobre la grama y desde aquel lugar y debido a la elevación del mismo, divisaba gran parte de la ciudad, su ciudad. En muy pocas ocasiones antes había subido allí, quizás tres o cuatro veces cuando era niño e iba con sus amiguitos a empinar papalote; muchos en el barrio decían que era algo peligroso, pues dada su soledad algunos delincuentes aprovechaban para hacer de las suyas asaltando y robando a quienes se atrevían a llegar; pero hoy eso era lo menos importante para él, estaba allí por una sola razón y ningún comentario ni cualquier otra cosa le hubiese hecho desistir de llegar.

La tarde era espléndida en su color; el azul del despejado cielo, en comunión con el mar a lo lejos, brindaba un espectáculo hermoso al ojo humano; la brisa que soplaba del mar, mezclada con los olores que llegaban desde esa parte de la ciudad le acariciaban el rostro, haciéndole adentrarse en los recuerdos, que poco a poco invadían su memoria, como una secuencia fílmica de eventos vividos.

¿Cómo era posible que nunca antes hubiese aprovechado esta vista?. Pensaba abstraído. ¿Por qué había estado en ese lugar tan pocas veces antes, dejando de disfrutar de un momento como este, sabiendo que vivía a pocas cuadras del mismo?

Era tarde para arrepentimientos, estaba en aquel sitio solo, con sus recuerdos y pensamientos y eso era lo importante; había llegado para despedirse de su ciudad, de aquellos momentos vividos durante su niñez y juventud. Ya su suerte estaba echada, la decisión que había tomado era irrevocable, no había marcha atrás.

Pasaron los minutos y algunas horas; estaba tan concentrado en sus ideas y recuerdos, que no hubo de percatarse de que a sus espaldas ya la noche comenzaba a ganarle terreno a la claridad del día. Era su despedida, su última mirada a aquella ciudad que le vio crecer, correr, llorar y ahora le veía despedirse para siempre. Tomó un puñado de tierra mezclada con pequeñas piedras y hojas, la lanzó en dirección al horizonte al mismo tiempo que gritó al viento: ¡Adiós mi Habana!

Era la madrugada del 8 de Agosto de 1992, cuando Antonio y un grupo de 5 amigos, tomaron un automóvil con destino a la costa norte de la Habana, hacia un lugar entre las ciudades de La Habana y Matanzas; su destino: “El sur de la Florida” su objetivo: “ Conocer y conquistar una nueva vida”. A las 3.30 de esa madrugada partieron los 6 amigos, con otras dos personas que allí le esperaban, rumbo norte en una precaria embarcación.

Nunca más se supo de estos 8 jóvenes; en el barrio algunos decían que habían llegado, otros que habían sucumbido ante el embate de las olas ahogándose. Lo cierto es que Antonio nunca mas volvió a admirar su ciudad ni disfrutar de aquel paisaje que llevó como recuerdo en su partida.