El paso del tiempo
No es solamente mirar el reloj, notar que el tiempo está pasando. Es además esa sensación, que, por supuesto, invade a quienes ya han vivido algunos años y de pronto empiezan a darse cuenta, cuantas cosas recuerdan, cuantas cosas conocen, de que cantidad de temas pueden hablar con cierta propiedad.
Es entonces cuando caen en la cuenta que el tiempo ha pasado. Y más aún, cuando ese tiempo les pertenece, cuando pueden tomarlo todo y aprovecharlo, malgastarlo o simplemente vivirlo.
Son esos momentos en los que se ve que muchas metas se han cumplido y otras no, ni siquiera figuraron en la lista.
Esos momentos en los que uno vuelve a reencontrarse con quien fue alguna vez. O, recupera la sombra de una imagen propia que se soñó allá a lo lejos. En esta instancia puede surgir una desventaja, encontrarse con que esa imagen no coincide con la actual y sentirse decepcionado o por el contrario satisfecho.
Los años han transcurrido con su carga de avatares. La vida ha ido desenrollando su madeja de lana. Tejiendo las historias que luego quedarán en la memoria como testimonio del paso por este mundo.
Hay quienes temen al paso del tiempo, porque ésto conlleva la pérdida de ciertas “franquicias” visibles, como la tersura de la piel, la elasticidad de los músculos, el color del cabello. Es cierto que no es grato ver esos cambios, lo importante es encontrar los cambios positivos “puertas adentro” del alma, donde está el verdadero ser de cada uno.
Reforzaré mis palabras con unos versos de Amado Nervo (“En paz”), donde habla con la vida y dice: “Cierto, a mis lozanías, va a seguir el invierno, mas tú, no me dijiste que mayo fuese eterno. Hallé sin duda largas las noches de mis penas, mas no me prometiste tú sólo noches buenas; y en cambio tuve algunas santamente serenas. Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida nada me debes! ¡ Vida, estamos en paz!”
Creo que con esto es suficiente para que el tiempo y su paso, no duelan ni molesten.
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