TAREA PARA EL HOGAR

Hoy la profe del curso nos mandó tarea para el hogar. Pidió que recapitulemos y escribamos algo sobre nuestro primer contacto con la lectura. Sobre aquel primer libro. Sobre aquel primer descubrimiento.

Lo primero que pensé mientras nos encomendaba la tarea fue que no había forma de recordar ese primer libro. También sentí curiosidad por saber cuál sería el libro de los otros, ya que somos todos de diferentes edades y porque nuestros orígenes deben ser distintos. Me preguntaba si los mas leídos de la cofradía habrían arrancado con los grandes clásicos de la literatura universal.

Pero esa es la historia de los otros. Yo debía buscar en la mía aunque no podía recordar un primer libro. Empezaba a descartar cualquier resultado sorprendente. Sin dudas no debió ser algo digno de iluminados. Aquello debió haber sido simple. Tiene que haber sido algún texto infantil. Algo tan clásico como antiguo. ¿O fue uno de esos que te hacen leer en la escuela como Platero y Yo o El Principito?. No! a esos los leí mas por obligación que por placer, además a esa altura ya era bastante grandulón. ¿Habrá sido el de la ratita aventurera que tantas discusiones me trajo con la maestra?. No tampoco, si ni siquiera me acuerdo el nombre de esa ratita y mucho menos el de aquella insensible maestra de primaria.

Mi planta de naranja lima y puñado de emociones seguro que no porque cuando los descubrí ya era adulto. ¿Habrá sido Griska y su oso?. A ese lo tengo desde que era chico pero creo que no, no recuerdo la historia así que es posible que ni siquiera lo haya leído. Tampoco fueron Las Aventuras de Tom Sawyer, aunque varias veces hice el intento.

Recapitulen, piensen, vayan hacia atrás, había dicho la profe, busquen en su memoria que algo tiene que aparecer, será un buen ejercicio.

Y me puse a pensar. Y me fui al campo, mentalmente claro. Al campo donde vivía aquel chico que fui hace como treinta años. Y me encuentro con un armario viejo, repleto de libros contemporáneos, contemporáneos al armario, claro y no a ese niño que era yo. Un montón de libros de tapas duras de color naranja y hojas amarronadas. Misia Pepa, El Botón Tolòn, La Hormiguita Viajera, El Mono Relojero. Y ahí estaba yo, con todo desparramado sobre la mesa de la cocina, mirando los dibujitos. Había que tener cuidado de que no se desarmaran. Pero esos, para mí, eran más bien un juguete. Tenía que haber otra cosa.

Y sigo buscando. Recorriendo aquella casita del campo y encuentro a mi vieja, que no era vieja pero que se lo pasaba leyendo. Esas “novelas de bolsillo”, también fotonovelas y revistas con historias dibujadas. Con esas también jugaba, y cuando aprendí a leer solía dedicarle algún rato. Me refiero a las revistas y no al Corín Tellado que ya desde la tapa parecía una cursilería y de yapa no tenía ni un mísero dibujito. Hablo de las revistas, la Dartagnan y la Intervalo, y puntualmente de Pepe Sánchez y Mi Novia y Yo que eran los más divertidos. Cuándo me tocaba ir a canjear las revistas siempre miraba esa sección para decidir si era un ejemplar que mi mama ya había leído o no y rara vez fallaba.

Pero estábamos buscando un libro y esas son revistas, casi historietas, y de estas he leído un montón. Anteojito y Antifaz, Pelopincho y Cachirula, los Condoritos y por supuesto todas las aventuras de Patoruzito e Isidorito que, al principio, me caían mejor que sus aventuras de adultos. Como me hubiera gustado conocer a la chacha para que me invite a comer esas empanadas que se veían tan sabrosas. ¿Por qué la Chacha y el Ñancul no envejecieron cuando Patoruzito e Isidorito se hicieron adultos?......................

Mejor busco en el pueblo, cuando ya era más grandecito. Mi abuelo me había regalado toda una colección de cuentos clásicos. Tres cajas de cuatro libros cada una. Todos de distintos colores. Una maravilla. Ahí estaban todos, El patito feo, Pinocho, Hansel y Grethel, Ana y los tres Osos, todos juntos y con las mejores ilustraciones. Pero para esa época ya tenía mis prejuicios y no me caían bien esos personajes. No podía entender como el lobo no se daba cuenta que si en vez de correr a los cerditos uno por uno mientras derribaba sus casitas, iba primero a buscar al chanchito más vivo, ese que haría su casita de ladrillos y lo agarraba en plena construcción, con la casa a medio terminar y exhausto por la tarea, se lo podría comer de una y luego encargarse de los otros más indefensos.
Tampoco me caía bien Caperucita Roja. ¿Cómo podía ser tan infeliz de no darse cuenta que el que estaba en la cama era el lobo? ¿Tan fea y peluda seria su abuelita?. Con la Cenicienta tenía buena onda pero me molestaba mucho el hada madrina, ¿Cómo podía ser tan yegua de no hacer un hechizo más duradero? ¿Por qué exponer a la pobre Cenicienta a semejante ridículo? Era inaceptable. Y de la Bella Durmiente y de Blanca Nievas ni hablar, no hacían nada útil en todo el cuento……..

Me fui por las ramas, todo esto no viene al caso. El tema era hablar del primer contacto con la lectura, encontrar aquel primer libro y parece que es más complicado de lo que pensaba. No lo encuentro. Pero sé que aquel primer contacto con la lectura fue mucho antes. Antes de poder hacer juicios de valor sobre lo que leía. Antes de poder decidir que leer y que no leer. Aquel primer contacto con la lectura tiene que haber sido cuando yo era tan chico que ni lo recuerdo. Tiene que haber sido cuando yo era tan chico que ni siquiera sabía leer………………..