Te conocí en un momento crucial, al final de una relación de siete años, siete años es mucho tiempo, cuando tuviste la entereza para dejarlo ir, había sido un amor intenso, el más en tu vida que era corta aún.
No era fácil hacer olvidar un amor de esa profundidad, por lo demás tu gesto final te elevaba a un pedestal mayor, él debía seguir su rumbo, dos hijos quedaban sin padre, pero su camino y la llamada de su idealizada compañera no lo podría detener jamás, tal como quedó demostrado al final de la historia.
Por último fue tu decisión, pero los dioses desplegaron todos sus esfuerzos para convencerte, le ayudaste a preparar su barca, le entregaste las provisiones, pero lo más importante: le señalaste la ruta a seguir para que él cumpliera sus sueños.
Cómo entender que él renunciara a la inmortalidad y optara por ser un hombre como todos, pero así son los héroes y sólo queda quererlos y aceptarlos. Tú, mujer, entregaste un ejemplo que yo admiré desde el primer día.
Si bien tuvimos que despedirnos, fui afortunado de recibir tu alegría, belleza y juventud, además me dejaste otra enseñanza y, a la vez, una misión: cuando llegues a tus tiempos podrás encontrar una mujer como yo, pero de tu época, sólo mírala de frente, si sus ojos son calypsos y brillan cuando se fijan en ti, mas si sobre todo llega el momento en que la pasión cubre su mirada y se ve como esas brasas que parecen sin fuego externo, pero en su interior queman con fuerza, entonces habrás encontrado la mujer que buscas, y no te separes de ella como lo hizo el héroe de Itaca.
A contar de ese día he buscado a muchas, he encontrado a pocas, quizás ya no buscando el color señalado para las ninfas, sino tratando de reconocer ese gesto tuyo, que los dioses premiaron haciéndote inmortal.
|