Su cara pertenece a ese momento, en el que el pasado transformado esta vez en huracán que fuere historia de algunos, desgracia para otros, gigante y con esa indolencia que caracteriza a lo que ya no podemos ver ni cambiar, devora su sonrisa de cuarto para las 2, cansada de este recorrido insulso por una tierra que jamás sintió propia. Sus cabellos me recuerdan esos años de posguerra donde todo lo que hacíamos era intentar no pensar en la barbarie y al final todo lo que hacíamos era pensarla, dibujarla, esculpirla, los que logramos sobrevivir, eran años de paz, y de ahí viene, claro, todo el asunto de que solo era entre-guerras, y mi segundo nombre y las flores, y los bailes en salones majestuosos aun llenos de grietas de misiles que intentaban liberarnos o matarnos, que para el caso es lo mismo. Su pelo corto, ondulado, cara de refugio, olor a hogar. Manos como cordilleras que me confunden entre todos mis vestidos, entre los brillos que esta vez no acaban siendo más que pirotecnia insulsa. Porque su hermosura perduraba en el tiempo como una promesa incumplida, y yo jamás olvidare nuestras conversaciones, ni el miedo. Guardo tus palabras querida en un cofre que guardare junto a mi corazón en esa pequeña caja en el cuarto de mis hijos que ya no están junto a mi, en el cuarto donde dormían mis amigos cuando los había, guardare tus palabras para que el tiempo deje de burlarnos las espaldas, y te tenga el respeto que siempre te mereciste, que siempre te tuve yo. |