Esta noche acurrucada, me encontré otra vez pensando en ti. En tu cara bonita, tu vista inquieta, en tu apariencia desaliñada, en tu mano acariciando gentilmente mi cabeza y en tu mirada lejos de la mía.
Me sorprendí esta noche, que pensándote, no era como siempre,me seguía gustando esa canción que me dedicaste, seguía atesorando nuestros recuerdos juntos, seguía teniendo nuestra foto encima del velador para verla al despertar, seguía tomando el café con vainilla y leche, seguía tomando la micro que pasa por fuera de tu casa...pero ya no había nada más en ellos.
No habían mariposas saliendo a borbotones de mi boca, no se me subía el color a la cara al pensarte cerca, ni me hacían cosquillas los nervios de volver a verte, no había nada especial en ello.
Me paré en seco, ahí donde estaba, recostada en mi cama, conciliando el sueño y me detuve, ahí mismo me di cuenta, te estaba perdiendo, te estaba dejando ir y no estaba haciendo nada por evitarlo, ya no quería surcar los mares a tu lado, ni deletrear el sol sobre tu pelo, no quería estar cada minuto a tu lado, ni se me escapaba un suspiro ahogado al decir tu nombre en el silencio.
De algún modo, mi corazón tanto tiempo anhelante, te había expulsado lejos, y ya no era tu sonrisa lo que calmaba mis ansias... Miré la hora, las dos y media de la mañana, faltaban 8 horas para verte, y me angustié de saber, que no sentí nada.
Ese día al recibirte en el aeropuerto no se hizo un nudo en mi garganta mientras se acercaban tus brazos abiertos para recibirme, pero sonreí al verte. Ese día, al despedirte no cayó una lágrima de mis ojos, más sentí tristeza al ver los tuyos ensombrecidos, no hubo un solo músculo de mi cuerpo que quisiese detenerte cuando saliste por esa puerta, pero extraño las tardes de películas en tu departamento.
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