IX
…
ha aspirado a la divinidad y perdídolo así todo,
sin reservar nada con que expiar su crimen;
por lo que amenazado de destrucción, debe perecer con toda su posteridad.
Preciso es, pues, que él o la justicia dejen de existir,
a no ser que en su lugar alguien se ofrezca voluntariamente
a dar completa satisfacción, es decir, muerte por muerte.
Milton, Paraíso Perdido
Isabel se hundió como plomo en el aguas turbia, mientras el oxígeno se le escapaba de los pulmones y la luz se alejaba inexorablemente. Tras dejarse caer su primer impulso fue patalear y tratar de alcanzar nuevamente la superficie, pero entonces una fuerza comenzó a succionarla hacia abajo sin que pudiera hacer nada. Gritó, eso hizo que se escaparan las últimas burbujas de aire, y su pecho comenzó a contraerse al tiempo que su corazón golpeaba frenético las costillas que lo encerraban. Lo último que sintió antes de que su mente se perdiera en la negrura, fue algo que tiraba de sus cabellos…
Con una gran bocanada de aire que ardió como fuego, emergió en la superficie, agitando desesperada los brazos y piernas. Tocó piedra, y recién entonces se dio cuenta de que estaba atrapada, flotando en un profundo pozo de agua fresca y dulce que chapoteaba suavemente contra el muro que la rodeaba. Axel la tomó de la cintura y la levantó suavemente, sacándola hacia la penumbra sepia que se veía en la boca del pozo. Una vez en tierra, Isabel cayó de rodillas, escupiendo agua, tosiendo, y tratando de sacarse la sensación de asfixia que persistía. Allí, arañando el polvo, al fin se dio cuenta de que ya no estaban en su ciudad, sino en un lugar extraño, una extensión de tierra amarillenta cubierta por una leve neblina que la desorientaba. Incluso el ángel no sabía muy bien en qué dirección tenían que caminar para llegar a la gran puerta.
–¿Qué es ese ruido? –susurró ella, asustada.
En cuanto sus oídos se acostumbraron al continuo murmullo de viento que llenaba ese espacio, aunque no soplara una brisa, percibió además el roce de pies que se arrastraban.
–Sigamos –replicó él sin molestarse en explicar. Ese sonido de pasos y continuo lamento era el camino que los guiaría hasta el guardián de la entrada.
–No es verdad eso del perro que custodia la puerta del infierno ¿no? Son leyendas ¿verdad?
–La mayoría de los mitos son versiones deformadas de la realidad… –repuso el ángel, guiándola del brazo porque la niebla se hacía densa y era difícil que ella viera con sus ojos humanos–. No nos encontraremos con San Pedro tampoco, ni Cerbero, o Carontes. Cerbero viene a ser la mascota del portero de Gehenna, el infierno, pero ahora nos dirigimos hacia el reino de los muertos, donde van los humanos, y ángeles en todo caso, cuando mueren. Para que lo entiendas, es donde se reciclan los restos de vida, de almas, sino habría un montón de energía suelta en el universo y volveríamos al caos original.
Mientras tanto, habían llegado a un sendero hollado por millones de pies a lo largo de las eras, tanto que sobre el polvo ocre se había formado una avenida de piedra lustrosa. A su derecha, disipándose la niebla, emergió una montaña colosal de rocas apiladas que enmarcaban una puerta arqueada, maciza.
Delante del hueco oscuro, minúsculo en comparación con su tamaño, se hallaba parado el guardián, apoyado en un bastón, con la mirada firme al frente. Axel se acercó decidido, seguido de Isabel, quien sentía los pies pesados y le costaba un gran esfuerzo vencer el miedo que le inspiraba aquella puerta.
–¡Malik! –saludó el ángel, deteniéndose a unos metros con las manos en la cintura–. Debo darle un mensaje al jefe así que, por favor, déjame entrar.
Malik tardó un minuto en replicar, sin cambiar de expresión en todo ese tiempo:
–Axel… Eres requerido por la justicia celestial por haber escapado de tu condena y herir a dos guardias con la intención de volver a la Tierra, en una violación flagrante a todo honor y obediencia debida. Tienes que volver de inmediato al segundo cielo y entregarte.
–Como estoy aquí, puedes imaginarte que no es mi intención entregarme ni volver para que me condenen, no esas autoridades corruptas… Déjame ver a Azrael, o al menos llévale este mensaje, que necesito verlo.
–Es inútil, ¿para qué quieres involucrar a nuestro jefe en tus problemas? –dijo Malik con languidez, cansado de oírlo–. Vete y déjame que estoy muy ocupado, o tendré que llamar a la guardia yo mismo…
Isabel se preguntó por qué se irritaba tanto si sólo estaba allí parado. Al menos habría esperado ver un montón de almas haciendo cola para entrar, pero estaban en un desierto. Entonces miró alrededor, y donde antes pensaba que estaban ellos tres solos, comenzó a distinguir cientos de figuras fantasmales que los rodeaban, apretados contra sus espaldas. Algunos iban encorvados, mirando al suelo, otros aguardaban a entrar excitados, con los ojos fijos en la gran puerta.
El guardia se había mostrado indiferente ante el pedido de su colega, molesto porque lo interrumpía, y ahora agregó con dureza: –Además, Axel, esa joven que está contigo está quedando fría. Si esperas más charlando conmigo inútilmente, tendrá que cruzar realmente por esta puerta.
Sobresaltado, Axel se volvió y notó que, efectivamente, Isabel estaba adquiriendo el mismo color grisáceo-malva que los infortunados difuntos que los rodeaban. Giró sobre sus talones y tirando de su mano, que no había soltado en todo el rato, la llevó corriendo hacia la zona despoblada aunque ahora tenían que pugnar para cruzar esa multitud que parecía decidida a impedirles el paso. A Isabel se le habían dormido los pies, movía las piernas mecánicamente sin saber qué pisaba, como si su cuerpo no le perteneciera.
–Ha, ha –jadeó–. No puedo más –gimió, sintiendo que estaba dejando ir su mano y que los cuerpos densos de las almas la retenían contra su voluntad; querían que fuera parte de ellos, los muertos, pero ella no estaba muerta, no quería morir–. Ayú-da… me…
Tropezó entre la multitud sin rostro y se soltó.
Axel miró por encima del hombro y sólo vio una niebla espesa que se movía en jirones, a expensas de un viento impalpable:
–¿Dónde estás? –gritó.
Nadie le contestó. Era tan frágil la vida humana, sus cuerpos materiales atados a la tierra, al agua y al oxígeno… recordó que el tiempo pasaba distinto entre dimensiones, así que no sabía por cuanto había dejado de respirar la joven. Isabel, se llamaba, y de pronto sintió lástima por ella, y culpa por haberla metido en esta aventura incierta. Eran tan débiles; no entendía por qué los ángeles y los demonios se podían ensañar tanto con criaturas dignas de pena, pues al odiarlas se rebajaban ellos mismos.
–¡Isabel! ¡Dame una señal!
La estaba llamando. ¿Cómo era posible que la voz le llegara de tan lejos, si recién se había caído? Tenía que estar cerca, pero no lo veía, y la niebla despistaba. Si se movía, se perderían. Igual no podía moverse, como comprobó al tratar de levantarse. Sus manos temblaban y sentía el pecho a punto de reventar… iba a perder la cabeza. No, tenía que volver al pozo y regresar a la realidad. De pronto, una onda de luz cegadora barrió con las tinieblas que le caían encima, sus oídos explotaron al reverberar la explosión a través de su cuerpo y, como liberada de pesadas cadenas, gritó con todas sus fuerzas.
–Aquí estás –sintió una voz junto a su oído, y en el acto Axel la recogió en sus brazos.
Ya que ella no contestaba, había decidido que era él quien tenía que mandar una señal, y con su espada cortó la bruma, enviando en todas direcciones un estallido de luz. Malik no iba a estar muy contento con su ataque destructivo tan cerca de las almas, pero por fortuna, en medio del impacto divisó claramente el contorno del pozo que comunicaba con el mundo humano, y echándose a la joven al hombro, saltó dentro. El muro de piedra se había rajado por culpa de la explosión.
Surgieron en una playa a la luz de la luna. Axel tiró el cuerpo mojado en la arena de la orilla y, alarmado, comprobó que su corazón se había detenido, y la energía restante se estaba congregando en un remolino listo para dejar su cascarón. Rápidamente, se arrodilló junto a Isabel y le dio un golpe en el pecho con el puño cerrado.
–¡Vuelve! –gruñó, preparándose para darle otro golpe con mayor rudeza–. ¡Respira, vamos!
Isabel tosió, arrugándose como una oruga bajo su tercer puñetazo, y retorció la cabeza hasta que se volteó a un lado y expulsó el agua nauseabunda que había tragado en el puerto.
Axel suspiró, y mientras ella yacía exhausta, en posición fetal, con la cara llena de arena y tiritando por la ropa empapada, a unos cien metros divisó la luz de unas linternas que oscilaban, acercándose a ellos desde la punta rocosa.
–¡Bendito seas! ¡Alabado! –exclamó el hombre que venía adelante, barriendo la arena con un arco de luz.
Bajo el anorak y amplio pantalón de pescador, reconoció al padre Julio, quien apenas verlos empezó a correr lleno de gozo y alivio, porque hacía dos días que estaban esperando con ansia su regreso y ya se les hacía difícil creer que pudieran retornar a la Tierra. Axel les había señalado más o menos el lugar de retorno previsto, y con Camila habían acampado entre las dunas haciendo guardia día y noche sin descanso.
–Padre Julio, señora Paz, tomen a esta chica y huyan lo más lejos posible –indicó Axel antes de que pudieran decir nada–. Rápido, no se queden aquí más tiempo.
El cura se cargó a Isabel al hombro aunque pesara tanto como él y, bamboleándose, cruzó la cresta de los médanos. Camila miró atrás antes de ocultarse junto a él en la hondonada, y lo que vio la dejó helada. Una estrella descendía desde el cielo que clareaba sobre las olas, directo hacia el ángel, y este sacó de su mano una espada negra que no reflejaba la luz. La estrella desapareció y un ser blanco, hermoso, se presentó ante Axel. Entonces el cura tiró del borde de su abrigo y Camila cayó sobre un matorral reseco, todavía admirada por la visión.
Naqir, el juez de las almas, miró al ángel perdido con expresión áspera, y alzó su bastón.
–¿Qué haces? Todavía no estoy muerto –susurró Axel, alarmado a pesar del cinismo que le puso a su voz.
–Nos enviaron porque parece que pudiste derrotar a unos espíritus superiores y los ángeles comunes te tienen miedo por tu espectáculo en Shamayim.
No había percibido la llegada de otro arcángel. Charrsk, el temible engendro que decidía los castigos de los condenados al fuego eterno… ¿Qué hacía en la tierra? ¿Venía directamente por él? No emitía ninguna vibración ni presencia, como si fuera un vacío en el paisaje; sólo cuando le habló sintió el terrible escalofrío y se percató de la guadaña que pendía sobre su cabeza.
Aunque los fugitivos caminaban casi sin respirar y el cura repetía sus plegarias pidiendo protección a la Virgen, no podían engañar a su percepción sobrenatural. Estaban llegando al camino donde tenían la camioneta, cuando un joven les saltó en medio y aferró a Camila del cuello, exigiendo que entregaran a Isabel. Después se rió de sus caras de decepción y miedo, y manoteando la medallita que colgaba sobre el pecho de Camila, dijo en tono de burla:
–Ah, un cura y una creyente… a pesar de toda su fé en el Salvador, veo que en sus corazones dudan… ¿No será que puedo salvar mi vida entregando a esta mujer?
Camila gritó al sentir un dolor en el cuello, pero en cuanto cayó al suelo se dio cuenta de que sólo le había arrancado la cadenita, que el ángel tiró entre las hojas antes de atacar al padre Julio. Justo había despertado Isabel y creyendo que aún estaba en el inframundo, al encontrarse en un paisaje gris al resplandor del alba, reaccionó al tacto de sus manos frías sobre el cuerpo. Lo pateó, se retorció, escapó de los brazos de Julio y, aullando histérica, se tiró de nuevo sobre el ángel dándole con el puño en medio de la cara.
Charrsk había descargado un sablazo tan potente con su media luna filosa que levantó un rocío de arena blanca, la cual flotó sobre la playa como bruma. Si hubiera estado allí habría sido fatal, pero Axel cambió de forma inconscientemente y salió disparado, encontrándose en medio de los pinos sin saber cómo. Una mujer estaba gritando. Luego siguió un silencio profundo. Se volteó, alerta, y Charrsk lo detuvo con el mango de su guadaña.
–El supervisor no nos dijo que tenías la capacidad de un arcángel. ¿Por qué sigues siendo un subordinado? –preguntó, mientras su rostro se disolvía como goma y su figura crecía, hasta que podría haber levantado a Axel en un puño–. ¿Acaso eres un rebelde, te quieres pasar al otro lado?
–No me compares con un demonio –siseó Axel, ofendido, y sacó su espada, aunque tenía pocas oportunidades. Había gastado su energía hacía rato y su adversario, aunque tosco y poco agraciado, estaba casi al nivel de Gabriel–, si no quieres que te pierda el respeto.
–Ja, hacía mucho que no veía que alguien se ofendiera por mencionar a los malditos –replicó Charrsk con una sonrisa, parando su ataque con la mano y dándole un empujón que lo reventó contra un árbol–. Creí que Mikhail era el último tipo con honor.
Camila había quedado paralizada, su grito de susto ahogado al comprobar que el ángel había caído de rodillas con la mano en la boca donde Isabel le había propinado un puñetazo. La joven se reclinó contra el cura, aturdida, al darse cuenta de lo que había hecho. Hasta entonces pensaba que si golpeaban o herían a esos seres míticos, no pasaba nada, pero este había caído por la trompada de una mujer.
Axel sintió que algunas ramas del árbol se clavaban en su carne al quedar estampado contra un tronco, y luego cayó hasta el suelo, inerte. Charrsk se acercó, y lo observó, sin prisa. Un rayo de sol cruzó entre el follaje y un mensaje enojado del supervisor lo sobresaltó. Estaban llamando la atención otra vez, luchando con todo su poder en la Tierra. Podían alertar a los órdenes de ángeles superiores, que velaban porque todo se mantuviera en curso. Axel lo escuchó susurrar algo y trató de moverse, pensando que iba a terminar con él, pero Charrsk lo detuvo en el suelo con su enorme pie y le clavó algo en la espalda. Antes de retirarse, había logrado ver la marca en su hombro, revelada por el tirón de la rama en su camisa.
–Han ordenado que te ponga un sello para que no uses tus habilidades en la Tierra… Disfruta de tus últimos momentos de vida, chico. Cualquier día cuando menos lo esperes enviarán a alguien, un renegado, un ángel guardián, un humano que escucha voces… Bien, nos veremos cuando te envíen a recibir tu castigo. Adiós. |