Me desperté en la noche y ya no estabas, sentí la vergüenza de estar desnuda, y sólo sentí como dos lágrimas eternas inundaban mi esforzada respiración, asomando rápidamente al exterior y precipitándose sobre esa alfombra que momentos antes nos llevó hasta el cielo...
Cuando piensas, yo no existo como soy, y anoche sentí que el placer volvía a dejarte resquicios de dolor, del dolor de cerrar los ojos para que lo que produce el miedo haya desaparecido sin más, y encontrarte con mi rostro, admirándote, repleto de felicidad...
Y tu ternura se esconde resguardándome de un incierto dolor que no deseas para mi alma, y a veces sé que te sientes prisionera en mi mundo sin barreras, tu amor es una amenaza para enfrentarte al mundo que odias, simplemente porque te juzga sin saber quién eres, pero no te afectaría si tú supieses quién eres y te amaras por ello...
Yo me odié durante mucho tiempo..., con la sensación de ser responsable del dolor de quienes me querían, sin sospechar siquiera que ese dolor me dolía a mí más aún, cargando con la culpa de a quien yo jamás culparía de mi dolor...
Y sentí que debía alejar el amor porque jamás podría hacer feliz a nadie sin destrozarle la vida...
Aún, a veces, las olas tranquilas arrastran ese odio que me acaricia, que me convence de cerrar los ojos y no sentir nada, absolutamente nada...
Y busco esa gente que me convenza de una vida que no soy capaz de imaginar, que ignoren mi silencio y mi dolor mientras piensan que soy rara aunque no sepan por qué...
Pero sé que esa tranquilidad es mi dolor amordazado, anulado, ignorado pero doliendo, constantemente, luchando por enterrarlo en el olvido que jamás comienza hasta que el recuerdo se hace insoportable...
Si sabes cuál es la herida, puedes intentar sanarla.
(13/11/03) |