El viento mecía las hojas de los arboles en este setiembre tranquilo y soleado, frente a la figura de dombo de basílica en la que se preparaba la pachamanca, oficiaba como cocinero don Sebastián acompañado de su inseparable perro alderan.
Sobre el enorme cráter que servía de sede a la alta bóveda pétrea, que cocía una hecatombe de carnes tiernas y apetitosas al vapor de las piedras calizas calentadas al rojo vivo, con un triple empedrado de camotes, habas, yucas de seda y suaves papas arenosas cosechadas en el pueblito de Allauca, en las chacras de mis abuelos llamadas mishcupampa; enladrillado de cuyes y lechones emparejados en su glorioso martirio por trozos de cabrito, carneros de riñón tapado, lonjas de carne de vaca, cuartos de pollo y perdices, abrigados todos con una frazada de pastos frescos, champeados con la arcillosa tierra de las márgenes del rio Rímac, el místico aroma rezumaba hacia afuera llegando hasta el cielo, con el olor de apoteosis de la pachamanca.
Esta es la cúpula de san Pedro de Roma con todo su santoral dentro, dijo elevando la voz el padre Arcadio, nacido en Andalucía en España, amigo y confesor de la familia, mientras empezaba el destechado de la deliciosa pachamanca, que inicio el saqueo y el ambiente se lleno de frases; pélame unas papas cholito, que voy por un poco de ají, ¿quieres cielo mío un pedazo de cada pieza? Que esto huele a santo, venga ese mate de chicha y un pedazo de queso de esta mi tierra Matucana.
Llegaban mas amigos, los saludos y las presentaciones de los invitados, mientras la comilona transcurría animadísima, rumorosa de vocinglerías y el jolgorio caminaba a tono aguijoneado por el pisco Moqueguano, la cerveza espumosa, la chicha de jora, tocaba la estudiantina típica de la juventud matucanina, huaynos, Huaylas, cumbias, bailando detrás de las pircas de piedra entregados a un chapaleo furioso, la alegría va y viene en marejadas de tristeza.
Matucana la villa del clima perfecto, que me vio nacer y acuno mi infancia, por siempre será aquel alberge querido, que se asemeja a un nido, tibio en la distancia, toda luz, ritmo y fragancia.
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