Con enorme entusiasmo y a gran velocidad caminaba un joven discípulo, ya que un Sabio Maestro se encontraba de visita en el pueblo donde él vivía. En su apuro y debido a la gran ansiedad, casi no veía por donde caminaba y esta distracción lo llevó a chocar con un tendero que se encontraba agachado armando su tienda, ya que era aún temprano en la mañana y recién comenzaba el movimiento en el poblado. Tropezó con el buen hombre y ambos cayeron sobre la estructura aún sin armar y sobre las telas que el mercader vendía. Entre la sorpresa de ambos, lo que demoraron en desenredarse y la discusión por ver quién era culpable de tan engorrosa situación, pasó un buen rato. El joven comenzó a preocuparse, ya que mientras más tarde llegara, más demoraría en ver al Maestro debido a la cantidad de gente que acudía normalmente a recibir los sabios consejos y las bendiciones del anciano y por ende tendría menos tiempo para empaparse de su sabiduría.
Una vez superado el inconveniente del tendero el joven reanudó su rauda marcha, nuevamente con su mente puesta únicamente en llegar lo antes posible al importante encuentro, ésta vez la suerte le jugó otra mala pasada, en su apuro tropezó con un perro el cual lo hizo caer sobre el lodo y ensuciarse completamente la túnica, y como si esto fuera poco, el animal, claramente irritado por el choque, comenzó a morderlo, destrozando gran parte de su vestimenta. Así que ahora además de haber perdido tiempo con el perro tendría que lavar su túnica, no se podía presentar sucio y maloliente ante el Maestro. Con mucha rabia caminó directo al lugar donde las lavanderas se ufanaban en su cotidiana tarea y se puso a lavar su túnica, menester que le consumió muchísimo tiempo, lo cual no hizo sino enfurecerlo más aún.
Al terminar con la lavandería retomó el camino que había comenzado muy temprano en la mañana y había tenido que abandonar por un tiempo debido a los inconvenientes que se habían suscitado en la jornada, después de un buen rato de caminata llegó al lugar donde el sabio se encontraba enseñando a las gentes, no quedaban demasiadas personas esperando para entrevistarse con él, pero ya era tarde y tendría mucha suerte si lograba estar algunos minutos a solas con él.
Esperó su turno, impaciente y muy molesto, ya que no podía dejar de pensar en el tiempo que había perdido y que no podría compartir con el Sabio.
Finalmente llegó su turno, el Maestro le pidió que se sentara frente a él y lo observó muy fijamente, en silencio, con una mirada que escrutaba lo más profundo de su ser.
Al cabo de unos instantes el anciano le dijo que su visita había terminado, que tenía que retirarse, por lo cual el joven se sobresaltó y le dijo al Sabio.
- Maestro, le ruego me otorgue unos minutos más de su tiempo, entiendo que la jornada ha llegado a su fin, pero yo partí de casa muy temprano hoy y si no hubiese sido por varios percances ajenos a mi voluntad, yo hubiera sido el primero en llegar a verlo.
- Hijo mío, si al salir temprano de tu casa, hubieras sido paciente y no te hubieras dejado llevar por la ansiedad, hace mucho que estaríamos hablando de cosas trascendentes.
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