La luz mortecina del pequeño televisor blanquea vaporosamente los pocos muebles del sucucho. La película es antigua y melodramática. Altamirano apenas respira. Aunque está concentrado en la pantalla, el diálogo aún no adquiere la tensión necesaria para agitarlo. Mantiene asegurado un vaso con vino añejo, negro, el borde grasiento y el último sorbo marcado en la opacidad del vidrio.
¡Espera! exclama el Protagonista. Un primer plano, el rostro todo angustia, un solo de violín plañidero de fondo. Altamirano parpadea, aprieta el vaso, no sabes la verdad dice el Protagonista, juzgas la situación equivocadamente. Están en el parque, de noche. La Mujer, erguida, con un vestido blanco que se refleja fantasmal en los lentes de Altamirano, captura el entorno y lo condensa en su silueta, se petrifica, se marmoliza. Los árboles se pierden en la noche y la música sube. En esta parte Altamirano siempre cierra los ojos y retiene la escena. La considera sublime. La Mujer gira lentamente su cabeza, asoma la punta de la nariz, las pestañas, la mitad del ojo, perfil perfecto de la Mujer, labios parcialmente amoratados, barbilla trémula y una lágrima vehemente y espléndida. Altamirano no quiere sentir pena, resiste, traga saliva y carraspea. Ella confió y fue traicionada, el Protagonista se aprovechó rastreramente de su lealtad. Es un gárrulo mentiroso. Un maldito. Ahora se acerca, la toma del brazo con fuerza e irritado le insta a recapacitar, a considerar que el pasado es vacío, es ilusión, no te pierdas inútilmente en sus laberintos suplica mirando de un lado a otro, compungido, como si buscara muchas respuestas. Lo siento dice ella, y tironea para zafarse, no puedo olvidar. Altamirano bebe el concho y deja caer el vaso como el borracho que pide otra copa; pero no hay cantinero y la botella bajo la mesa está vacía. ¡Está bien! grita furioso el Protagonista, ¡tú ganas, vete y denúnciame si quieres! Hay un instante de indecisión, Altamirano sufre por la Mujer, sabe que necesita ayuda, si tan solo pudiera entrar en esa caja, ahora, y librarla de las garras de esa hiena. El Protagonista la suelta, no sin antes sacudirla, ella corre, él clava los ojos en su espalda. Frente sudorosa, mirada penetrante. Conspira, maquina una solución a cualquier costo, no puede dejar que ella lo haga. Altamirano lo sabe y se martiriza.
Alguien golpea la puerta, Altamirano duda unos segundos, luego se para fastidiado y abre, es ella, suspira, la deja entrar. No se saludan. Cierra de inmediato y resignado le ofrece la silla. Altamirano se sienta en la cama y la mira y reflexiona. Quiere preguntarle muchas cosas pero no se atreve a interrumpir su llanto apagado. Le pasa un pañuelo sucio que ella acepta, inconciente. Se seca los ojos, no sé que hacer dice en tono lastimero, estoy confundida. Deberíamos irnos de aquí replica Altamirano con amargura, esto es... Un repentino miedo psicológico lo paraliza, no puede continuar, se le revuelve el estómago. Inquisidora y algo aturdida ella le pregunta por qué. Altamirano todavía desencajado trata de hablar, pero es interrumpido por el estrépito de una patada en la puerta, que se abre violentamente, ella grita y se pone de pie, entra el Protagonista con un arma en la mano, dispara, mira a Altamirano, se ríe teatralmente y se va.
En la pantalla oscura se ve el reflejo del vestido ensangrentado, las letras suben paulatinamente hasta desaparecer. Altamirano se toma la cabeza. Salta sobre los hechos, busca, desesperado, pero siempre choca con el absurdo, y con la imposibilidad sistemática de cambiar el final.
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