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La forastera


Aproveche los días largos y salí para el lado de las quintas con el pingo haraganeando, solo al paso, tratando de entrarle a la noche en soledad. Me incruste lentamente en esa oscuridad sin que me vean.
Me empuja la ansiedad que hace crecer el horizonte cuando lo veo así, llamándome, mientras muere entre reflejos naranjas.
El verano se me acortó con trabajo en el desmonte, ganándole tierras al desierto, las mataduras me cubrieron las manos haciendo leña y cinchando piquillines con el zaino.

Terminada una jornada. Churrasqueaba, y entre las llamas de un fogón me apareció el ruido del mar, y me di cuenta que solo yo lo escuchaba.
Me anegó el placer.
Ahí nomás limpié el cuchillo en las ramas del sauce que estaba apoyado, ensillé y me vine.
En la rueda de paisanos junto al fuego me miraron con sorpresa y me fue devuelto el ademán del saludo. Alguien me dijo que no saliera de noche al monte, otro me tiró una bolsa con algunos vicios.
No dije nada, no contesté, el coraje es la costumbre a andar solo. El coraje no es otra cosa. Y no hay nada como moverse para apagar el miedo, moverse es huir. Até la bolsa al recado. Agradecí y solté el pingo en un trote, con la certidumbre de que el mar me esperaba en algún sitio preciso del horizonte.

****


Los ojos del bolichero, que prolongan una noche en vela, cuando me ven parpadean, brillan, demuestran felicidad, entonces las manos vuelven la pava al fuego y arreglan el mate.

-Esa noche, la noche que te fuiste, llego una mujer al bar.

Me dice el Flaco.


-Vino del norte y dice que es maestra.

Me mira con gesto de buscar perdón.

-Es puta.

Escupe y chasca la lengua mirando el suelo y me pasa el mate.

- Se quedó y duerme en la pieza.

Y abre sus grandes manos mostrándome las palmas, mientras tira la cabeza hacia atrás y pronuncia el mentón.

-Nos vamos a tener que arreglar en el alero,¡bah, yo casi no uso el catre! -Se justifica.

No le conocí amores al bolichero, pero algo lo humilla, lo muestra titubeante y le enciende más el insomnio.
Se le ve en los ojos, en esos ojos de párpados carnosos y de piel transparente, que a trasluz se les descubre el agua que juntan adentro.
Esta enamorado.

-Entrá al negocio y mirá un poco, fijate como está de limpio y prolijo, tiene hasta cortinas y el mostrador lustrado, bueno, todo eso lo hice yo, ¡me tiene cagando!

Se me secó un poco la garganta, así que apure el mate con una chupada larga, ruidosa.

-Es más mala que las arañas,¡ me echó hasta la gaviota!

****

Esa tarde me aquerencié en el galpón donde calafateo los botes, lleve las pilchas, colgué los aperos en la cabriada y deje de ir al boliche. Comí solo y el trago no me llamó. No se por que.
Algo me mostró esa mañana que el trato del Flaco había cambiado.
Algo que él sentía por esa mujer y yo no quería compartir, esa mujer de tez morena y grandes pómulos, con un hachazo rojo en el lugar de la boca y dos ranuras carnosas donde los ojos miraban desde el fondo.
El boliche ahora, se llenaba de gente todas las noches.

Hice redes y le escape a las horas que el sol pega más fuerte durmiendo junto al caballo, salvo que la pleamar me llevara a la costa en busca de pique.
En el silencio pitaba un armado y el humo aparecía en la luz que entra por los resquicios de las chapas como una cortina en movimiento, y en esa soledad me venía el sueño y me corría en el cuerpo hasta dormirme.
Ayude a pescadores novatos a sacar cazones desde el espigón, les encarné las madres aceradas con cabezas de lisas y se las llevé mar adentro con el bote.
Fabriqué varios bicheros, encabé cuchillos con hueso y con tiento, y los vendí. Pasaron los días, semanas.
Hasta que volví al boliche.

****

Esa noche se había levantado un viento norte que en su espesor parecía cargado de fuego. Un incendio que vuela. Te secaba los ojos llenándolos de arena al mirarlo de frente, cribándote la piel con agujas al rojo.
Movía los medanos, acarreándolos por la costa.
Perdía a los paisanos que salían del boliche, que caminaban sin rumbo por la playa con miedo de darse vuelta y terminaban de rodillas entre las olas.

Encare de espaldas orientado por la costumbre, me cubría con el chambergo y una lona que tengo en el catre para el invierno. Con la otra mano me apretaba la nariz y respiraba por la boca dentro de la palma echa un hueco. El viento me sostenía como negándome llegar, pero igual lo hice.

El Flaco, cuando abrí la puerta, interrumpió un pequeño sueño pasajero mostrándome el color de sus ojos grises, el rostro le estalló en nostalgia y encendió una sonrisa llorona, melancólica.

- ¡Como andás Uruguayo, se te extrañaba!

Gritó.
Me saqué el sobrero charrúa, la lonita, y la arenisca que junté en el camino se amontono lentamente en el piso hasta taparme las alpargatas y siguió subiendo. Me cubrió los garrones y quedé enterrado en un pequeño médano.
Cuando pude escupir todo lo que tenía en la boca y lavarme en un jarro los ojos, lentamente fui descubriendo el mismo boliche de antes, la misma mugre, el mismo desorden.
Las fotografías descoloridas mostrando futbolistas engominados y mujeres en traje de baño sonriéndole a la cámara. Respiré el intenso olor a encierro.
Hasta vi la gaviota parada en el tonel. Dormida.

- ¿Que hacés Flaco, y la quetedije?

Pregunte gargajeando piedritas y conchillas diminutas, alegre de verlo.

- La eché, me pudrió la atorranta, esto ya no era mi boliche.

Negaba con la cabeza.

- Se había adueñado la moza y no se quería ir, la saque con la escopeta.


*****

En el olor del mar viajan las sombras secretas de la noche que se acerca buscando refugio, lo rodean al loquito y van a esconderse apresuradas del otro lado de los tamariscos.
Ibarrita esta sentado en la playa, se abraza las rodillas mirando el horizonte y el sol lo hace brillar, el mismo sol que después le dibuja una sombra larga en la arena que llega hasta el agua, y se apoya suavemente, lastimando los ojos, sobre la barranca del faro hasta desaparecer.

La niña se sienta a su lado sin que él la vea, cuando la descubre suelta las manos y sonríe.

- ¿Adonde vivís?

Le pregunta y el muchacho sin dejar de mirar el mar levanta un brazo sobre su cabeza y lo hace girar varias veces marcando un círculo.

- ¿Y cual es tu casa?

Ahora la observa y vuelve a realizar el mismo movimiento con el brazo.

- !Todo!

Le dice y sonríe. Un hilo de saliva cae por la comisura de su sonrisa y se estira transparente para deslizarse por fin hasta el saco mugriento, y ser una mancha más.
La niña hace un gesto de desagrado y se aleja en dirección al caserío, lleva un baldecito en la mano.
Ibarrita se deja caer hacia atrás hasta apoyar la cabeza en la superficie perfecta de la arena, abre los brazos y estira las piernas juntándolas.
Mira el cielo, y desde el cielo es una cruz tirada en la playa.

Una gaviota termina un vuelo desconfiado a pocos metros de él. Se acerca al muchacho extendido sobre la arena y con un corto aleteo se posa sobre su abdomen para observarlo desde ahí, con la seriedad que miran las gaviotas.

(2010)

Texto agregado el 24-09-2010, y leído por 594 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
08-10-2010 Un gran cuento, sin dudas. Revela una escritura sólida y un tono de narración preciso. Mis sinceras felicitaciones. volpi
06-10-2010 Gracias por acordarte de mí . Te felicitó mis ***** alasblancas
04-10-2010 Me gusta más la primera parte, con una reminiscencia de Guiraldesy su estilo definido, la segunda parte me recuerda a algún escritor que no puedo localizarlo. Aunque le falta un poquito de precisión en el remate, es muy bueno. *********** Amira avefenixazul
29-09-2010 Al margen de la intriga del relato, yo me quedo con ese protagonismo en primera persona de la naturaleza (el mar, la noche, el viento... y una gaviota) que conjugan amores frustrados a la orilla de la playa. azulada
26-09-2010 Como siempre tus texto son un poema mis 5* y besitos NILDA yo_nilda
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