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Despertó esa noche, desconcertado. No tenía idea de lo que hacía allí acostado junto al montón de heno, ni tenía una noción clara del tiempo y sentía un dolor en el cuerpo que le hacía pensar que llevaba allí más de un par de días. Sin embargo, este dolor no fue impedimento para levantarse y mirar a su alrededor.

Estaba en un lugar increíble y no recordaba cómo llegó allí, aunque todo lo que veía le recordaba de cierta forma algún momento de su vida. El triciclo rojo, cuya llanta delantera rechinaba al pedalear, con el que vivió sus mejores momentos de su infancia; la hamaca de sus abuelos, el afiche de su grupo de rock favorito, cuyas imágenes le inspiraban en su adolescencia, y el sillón que le ofreció tantas buenas siestas en su vida de soltero. En general todo lo que le traía buenos recuerdos, aunque todos borrosos de algún modo estaba allí.

Salió de la habitación, (que se asimilaba en cada aspecto al salón de clases en el que conoció a Cristal, aquella pequeña rubia que alimentó sus sueños desde su infancia, cuando la conoció con esa dulce sonrisa escasa en su rostro) y se dirigió a una noche oscura, iluminada sólo por una estrella regordeta que mostraba ávidamente su luz, porque sentía el deber de acompañar la noche cada día hasta el fin de los tiempos. En aquel oscuro lugar, sólo podía ver un camino estrecho, iluminado pobremente por la estrella y, que después de unos cuantos metros se desaparecía en la niebla. No dudó un segundo en seguirlo, ya que sentía una profunda e inexplicable emoción que lo empujaba fuertemente hacia adelante sin pensar siquiera en qué podría encontrar allí. Caminó por mucho tiempo, tal vez horas, hasta que de un momento a otro a lo lejos escuchó una voz que le sonaba familiar. Era la voz de la pequeña Cristal, que se hacía más clara con cada paso que daba, aunque a la vez se hacía más madura, llegando al punto de dejar de ser una inocente y alegre risa, para convertirse en una sensual y delicada canción que le hacía desear caminar cada vez más rápido. A lo lejos, a través de la bruma, de repente la pudo ver, usando un vestido verde esmeralda, que además de combinar perfectamente con su nombre, resaltaba sus ojos que brillaban al ver que él se iba acercando.


Pero lastimosamente el efecto envejecedor de su andar no cesaba y cada paso que daba, le agregaba edad a su amada; mientras que cada paso que retrocedía, le hacía ver más joven. Fue así como se encontró en un dilema: ¿En realidad quería seguir? Pues bien sabía que si continuaba, llegaría a abrazar a una adorable anciana, y si se quedaba allí, podría contemplar la belleza de una joven chica que podría enamorar incluso al más escéptico filofóbico del mundo.


Así pues, decidió contemplarla unos cuantos minutos antes de ir en busca de sus labios, los cuales deseó con crecientes ansias y se dispuso a seguir su camino. Veía cómo Cristal, iba perdiendo su juventud a causa de sus pasos, por lo que decidió hacerlo de una forma lenta, mientras conversaba con ella. Cada palabra que salía de sus bocas hacía que se intensificara el sentimiento de amor; tuvieron la conversación más larga y agradable que alguien se pudiera imaginar y luego, tan solo a unos pasos, la contempló en su plenitud; la hermosa mujer que vio unos pasos atrás volvió a tener una risa adorable y una sonrisa escasa, además de las arrugas que cubrían su cuerpo entero. No obstante, eso no restaba fuerza a los sentimientos que él guardaba para ella, al contrario, decidió continuar con un paso un poco más rápido hasta que estuvieron juntos. Se sintió el hombre más feliz del mundo por tener al amor de su vida entre sus brazos, aunque escuchó un “Nunca olvides que te amo” al oído y luego se percató de que en sus brazos yacía un cuerpo inerte y desgastado por el paso del tiempo, que no soportó más los dolores físicos causados por la llegada de los años y que con una sonrisa cautivadora y fija decía “valió la pena esperarte”.

Él lloró tanto como lo ordenó su alma, hasta que a lo lejos escuchó de nuevo la voz que lo había conducido por ese mágico camino, esa voz de mediana edad que en esta ocasión lo despertó diciendo “no llores, mi amor, solo fue un mal sueño”, mientras unas tersas manos se extendían amorosa y pacientemente para brindarle una taza de café.

Texto agregado el 24-09-2010, y leído por 382 visitantes. (0 votos)


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