Mi nombre es William Bradley. Los hechos acontecidos y que he de expresar aquí, aún no están claros en mi inquietada mente. A riesgo de incrementar mi triste fama de insania y a decir verdad antes de perder la poca cordura que visita mis sentidos en estos días, es que siento la imperiosa necesidad de narrar lo ocurrido.
Hubo una tarde en que por razones de trabajo debí visitar la mansión Prenwick, en la zona residencial de Notting Hill.
El señor Prenwick era un hombre con sumo poder e influencia en el parlamento británico, sus contactos y su manejo político lo hacían un hombre trascendente. Esa tarde, cuando mi jefe en Scotland Yard me notificó de la masacre, quedé pasmado.
Arribé al lugar y luego de sortear el cerco policial ingresé en la lujosa casa.
Una vez adentro, el oficial a cargo y el forense me saludaron formalmente y de inmediato el doctor circunspecto exclamó- ¡síganos William!
Atravesamos la sala principal la cual no parecía haber sido testigo de alguna situación de violencia. Directamente subimos la escalera de roble lustrado y, luego de caminar unos cuatro metros por el pasillo de distribución, desembocamos en la habitación principal.
En ninguno de mis años de detective de homicidios, ni aún en los sangrientos hechos de Whitechapel, vi imagen parecida. Un frío corrió por mi espina, situación que agradecí, ya que entre tanta muerte horrorosa, sentir terror era estar vivo pensé. El señor y la señora Prenwick, o lo que se suponía era el matrimonio, se encontraban esparcidos en todo el recinto. La cabeza decapitada del señor Prenwick coronaba una de las puntas de bronce del respaldo de la cama mientras que en la otra, haciendo un siniestro par, se hallaba la de la señora Prenwick. Ambas estaban cortadas con la precisión de un experto, un cirujano o un carnicero o tal vez un veterinario, era un corte simétrico y exacto, sin defectos.
El resto de los cuerpos ensangrentaba todo el dormitorio y curiosamente se encontraban agrupados de a pares, uno de cada difunto, el miembro inferior izquierdo del señor Prenwick junto al similar de su amada esposa Margaret Prenwick y así los brazos y los troncos, en resumen, una orgía escalofriante de carne y hedor que a esa altura había provocado en los tres un insoportable estado nauseoso.
Di las indicaciones de rigor y salí asqueado de la habitación. Prendí mi pipa y sentado en la escalera pensé en voz alta- quizás Prenwick se habría extra limitado con sus influencias y habría perjudicado a alguien igual de poderoso que él. Vislumbraba yo un caso tan tétrico como difícil de develar, fue entonces que necesité refrescar mi rostro y mis ideas. Pasé al toilette y ahí mi espíritu se vio sobrepasado por toda sensatez humana, al mirar al espejo me encontré con un mensaje escrito en sangre que rezaba, “William resígnese, no es un caso para usted, esta muerte es de otro mundo”, desorientado y perplejo quedé sin entender, mas al instante de leerlo las letras se esfumaron como si hubiesen sido escritas sobre el vapor, pensé entonces que había sido mi alterada imaginación que jugaba con mi raciocinio. Desde afuera el forense me preguntó ¿se siente bien señor William? y en ese mismo instante, desde el espejo, la figura de un cabro humanoide rió maléficamente. Ese día renuncié a Scotland Yard, desde ese tiempo deambulo en el límite de la razón, ese día en lo de Prenwick no supe que contestarle al forense, por cierto tampoco hoy…
Ness
|