Y era otro martes, de un día de septiembre eso sí, bastante soleado y caluroso...
Yo solo llegaba de mi colegio, bastante acalorado, solo deseando colorear algún libro de estúpidas imágenes, o seguir pegando laminitas en alguna de esas revistas que tanto me gustaban. Pero sabía que hoy era martes, y que no haría nada de eso ahora...
Tomé un polerón bastante arrugado, y salí a la intemperie. Caminé por un pasillo oscuro, como siempre con ese típico temor a la oscuridad, y pensando que alguien me perseguía. Caminé rápidamente llegando al patio de atrás. Había luces prendidas, solo dos sillas y ya estaba todo listo. Creo que llegue un poco tarde ya que la música sonaba, y una voz estaba cantando letras chillonas de un hombre el cual era golpeado por su mujer.
Yo llegué, y me senté en la silla que estaba preparada para mí. Estaba listo para presenciar aquel espectáculo que todos los martes se asomaba. Mi sonrisa a tal diversión era la de siempre, viendo tal imagen: una persona mayor la cual disfrutaba de cada pieza entonada por un mexicano excéntrico, mientras en su mano una copa de un extraño licor oscuro el cual yo desconocía aun. Esa persona que giraba y bailaba en tal espectáculo parecía ser una de las personas más felices del mundo. Era mi abuelo. Mi abuelo cantaba rancheras...