“Lo quiero, lo ordeno;
baste mi voluntad como razón.”
La mirada es un recorrido vertical. Asciende la psicosis. La locura. Sus manos emperladas reposan sobre cadáveres desechos, marchitos. Son los siglos que aparecen, las voluntades que derrota con su figura fugazmente con su presencia de Destino.
Su cuerpo desnudo flamea, es Ella, fuego negro; Ella, la victorioso, la que nadie puede tocar sin dejarle sangre impresa.
Sus pechos erguidos son deseo inalcanzable. Pistola, puñal que le decora el cuello como collar que hiere, collar como vestimenta única de placer que espera en otro plano.
La mirada sigue, asciende, sigue. En su entrepierna un gato pérfido anida, es el espanto que recorre; con el mismo deseo que nos atrae nos aterra.
Ella, la que hipnóticamente nos abate: ¡Gloria y esplendor, guerra impronunciable!
La muerte de la conciencia conserva su nombre nunca dicho. Segundos inacabables o declinaciones se apuntan como alfileres sobre sus cejas, es el triunfo sobre el arco que se forma, rotundo. Todo pierde. La Muerte es su Belleza.
Dos cuervos simétricos recogen su pelo es un nido para los cráneos de la noche que se pierde. Su mirada, inalterable, como sus pechos dos tumbas.
Quién dice que la tempestad no es Ella. Muerte y resurrección de la carne en las tinieblas.
Ella, la que exhibe sus pezones como ofrenda… nacimiento inverso. Madre-Muerte que entierra como Diosa Cali.
Sobre la aureola que porta: “Hoc volo, sic iubeo; sit pro ratione voluntas”.
Hay inscripciones manchadas de sangre en un papel, es el otro, el que sueña tras el óleo, no se mueve. De la tela, sólo nacen gritos, gemidos de amor y muerte.
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