Fueron tres meses lejos de las cosas simples de la vida cómo ir al mercado, lavar coche a los sábados, dar baño en los perros, de una pequeña pelea y pagar las cuentas del mes enfrentando filas bajo un calor de sábado en alguna loteria y comer en un self-service.

Y en alta voz es anunciado mi vuelo y me dirigí al portón 27, cuando avistei el portón que estaba escondido atrás de una extensa fila y sin darme cuenta estaba yo a conversar con una pareja de viejos en un portugués medio minero la pareja era de Varginha y yo dejaba para tras la querida España.

Las personas fueron se ajeitando y abriendo camiño para los que venían atrás buscando su pequeño sofá y que sería su silla, su cama por más de nueve horas y media de viaje. Taxiando y por fin levantado vuelo, conecto sonido, conecta televisión, sirve la pequeña cena y el mapa en la tela de la pequeña televisión muestra que estamos sobre el Marruecos, ya, estaremos sobre el Atlântico.

Acuerdo y ya es día el sol brilla sobre las nubes y el mapa muestra nuevamente la flecha que indica que ya estamos en techo brasileño y la prójima parada es Río de Janeiro. Puedo sentir abajo el calor de las playas nordestinas. Allá viene el desayuno, ahora estamos todos más simpáticos unos con los otros.

Pasan nubes y surge el mar azul y el marrom de la ciudad del Río de Janeiro, muchas palmas gritos, el gran pájaro está en el suelo. Me despido del equipo en la puerta de salida y siento la maresia en el aire cuando entro en el túnel de vidrio y siento el calor del sol en mi cara, cojo el celular y conecto:

- Cariño? –llegué, en cinco minutos estaré en el desembarque!