Si alguien me hubiera alertado de lo fugaz que puede llegar a ser la vida, sin duda me habría dado el lujo de soñar, gozar, pero por sobre todo, amar infinitamente más. No es que haya vivido en la ignorancia de lo corto de nuestro tiempo, pero les puedo asegurar que si me hubieran obligado a prestar atención para ver que ocurre con las demás personas mientras el mundo gira sin intención de detenerse, habría visto lo rápido que envejecen las cosas, y como lo que ayer brillaba con su alo de gloria, hoy no es nada más que cenizas del pasado.
Viví tanto tiempo oculta en una pieza sin luz al exterior, que llegue a creer en un minuto que el tiempo podía detenerse a mi antojo, danzar a mi ritmo, sin tener que preocuparme por un final. Cuan grande fue mi torpeza, y solo me pude dar cuenta ahora, cuando ya se puede leer la fecha de caducación de mi cuerpo. Los años se hicieron días, y los días se volvieron segundos. Cada instante que pasó, salió volando por la ventana, sin la esperanza de volver algún día, ni si quiera convertida en un recuerdo de tiempos mejores.
Pasé sesenta y tres años en la ignorancia del vivir. Que error, que engaño, que ceguera. No vi que la vida es como una estrella fugaz, hermosa, resplandeciente, llena de esperanzas y sueños, pero cuyo paso es tan solo un suspiro comparado con la eternidad.
De niña nunca tuve grandes aspiraciones. Provenía de una familia humilde, y nunca soñé con alcanzar un mundo mejor. Mis padres trabajaban incansablemente en una fábrica, y mientras ellos se encargaban de traer el pan a la mesa, a mi me enviaban a una escuela pública a aprender a leer y escribir. Esto fue lo que abrió mis puertas al mundo, a una realidad superior de la que tuve la suerte de vivir.
Como fui la primera de la mi familia en aprender el arte de descifrar letras y darles un significado, nunca me mostraron lo útil que era poseer esta habilidad, por lo que tan solo me quedé con el goce que me producía la lectura de todo lo que tenía la casualidad de caer en mis manos. Poder comprender la poesía oculta en las manchas de tinta que poblaban los libros era algo sencillamente mágico. Mis favoritos eran los de sir William Shakespeare, pues lograban cautivarme de sobremanera con sus tragedias, llevándome a universos para mi antes desconocidos. El hecho de que concibiera la vida como una tragedia griega, donde la única condición del hombre es sufrir, caer y morir, consiguió enamorarme del dramaturgo isabelino que me acompañó en mis noches más tristes, he hizo soñar con ser la damisela enamorada del protagonista de una de sus obras.
Con la llegada de mis diez años, me forzaron a abandonar la tranquilidad de la escuela para dedicarme a trabajar en una fábrica de telares, pero por más que lo intenté, nunca logre adaptarme a la rutina de trabajo, pues no encontraba ningún parecido en esta realidad con la que sir William me entregaba. Yo no quería dedicarme a un trabajo manufacturero, aspiraba ahora a ser una Julieta, una Ofelia, una Bianca o una Cordelia.
Mi paso por la fábrica fue corto, pues no tardaron en encontrar a alguien mas dispuesto para el trabajo y cuyo rendimiento me superara, por lo que me vi a los trece años en la calle, sin trabajo ni idea de futuro. Pero fueron estas mismas circunstancias de la vida, las que me presentaron el camino para el cual yo había nacido.
Por error, di con una calle conocida por sus burdeles y bares, de los cuales yo no tenía conocimiento por mi ignorancia del mundo. No se como explicar la sensación que tuve la primera vez que presencié tal espectáculo. Fue un oasis dentro del desierto en el que había estado largo tiempo viviendo. Mi incursión en el mundo de las meretrices se dio por la confusión de un par de borrachos que me creyeron una prostituta, por lo casi me vi obligada a entregar mi infantil cuerpo a estos extraños, si no fuera por que los transeúntes detuvieron sus viles actos. Pero sin duda, había logrado descubrir para o que yo estaba echa. Quizás sir William no tenía nada escrito acerca de una heroína de dicha profesión, pero lo trágico y hermoso de su vida se asemejaba al perfil del personaje que tan desesperadamente estaba buscando.
Comencé entonces como la dama de compañía de estas nobles mujeres, con lo cual me fui familiarizando con los gajes del oficio. La madame dueña del burdel, veía un futuro prometedor en mí. A mi edad ya había terminado de florecer y mis rasgos, que ocultaban el paso de una vida triste, se abrían paso en mi rostro, mostrando una belleza exótica y única en su especie. Mi pajarillo real, solía llamarme la madame, pero tarde mucho tiempo en despegarme de sus faldas para dedicarme a trabajar, pues al tomarme tanto cariño no quiso nunca que se me despojara de mi inocencia. Pasé largas horas en su alcoba convenciéndola de que ya había sido suficiente de clases presénciales y lecciones, le conté acerca de mi sueño trágico, hasta que al final, compadeciéndose de mi, consintió en que se diera a la búsqueda de aquel que se honraría con la entrega de mi virginidad.
El tiempo había pasado, pero mi sueño Shakespireano no se había extinguido. Por fin, tras la larga espera, llegó el momento en que me entregaría a las palabras de sir William, y así experimentar la tragedia a la que estaba destinada. Pero el guión se dio mucho más dramático de lo que había esperado. Me convencí, caí en el tremendo error de pensar que estaba enamorada de quién me había despojado de mi inocencia. El éxtasis me había envuelto y hecho personificar al personaje que siempre soñé sir William escribiría para mi, una mujer enamorada locamente de aquel que solo desea su cuerpo por placer, con la oculta esperanza de que llegará el día en que este notaría la unión entre ambos, pasando al romance destinado.
Reaccionando de mi estado de ensueño, caí y me golpee contra el suelo duramente al darme cuenta de que tan solo era un objeto para aquel que creía amar. Que horrible fue el encuentro con la realidad, pero ya había escogido el camino para encontrar mi tragedia personal, y debía afrontarla con todos los conflictos que este implicara.
No se por que el destino me jugó tan en contra (más que nunca logré comprender el significado de “destino inexorable”), y me hizo sufrir con tal fuerza, pues con cada hombre con el que me acosté, termine amándolo inmensamente, como si fuera el único amor de mi vida. Era un calvario, la tortura de sentir culpa al engañar a mis tantos otros amantes me enloquecía, pero nunca logró hacerlo tanto, como cuando de verdad creía haber hallado a mi amor verdadero.
Algunos clientes solo los tuve una noche, sus caras se transformaron en un borrón, mientras que otros me frecuentaron durante largo tiempo. Pero fue él, solo él el que me hizo aguardarlo cada noche impaciente en mi ventana, con la ilusión de que quizás algún día me sacaría de mi prisión y me llevaría con él. Fue el único que logro llenar este vacío corazón de puta, pero por más que lo intenté, jamás logré despojarme de los fantasmas de mis amores pasados. No importa que solo hubieran compartido una hora en mi cama, pero para mi todos habían dejado una huella en mi tragedia isabelina. Los había amado a todos, entonces ¿cómo podía olvidarlos y cambiar de página como si nada?
Conforme el tiempo pasaba, y sin darme cuenta de que mi amado había dejado de frecuentar mis servicios, continué el debate interno con respecto que hacer. ¿Qué era lo que sir William quería de mí? ¿Cómo continuaba el guión que ahora se veía tan confuso? Esta pugna interna se contuvo en mi corazón y mente por tanto tiempo, que un día, al mirarme al espejo, me di cuenta de que mi cabello era de un tono blanquecino, mi cara estaba seca, y surcos la cruzaban delatando el maldito paso el tiempo. Los años había volando y yo no lo sentí. No vi el paso del reloj, nadie nunca me despertó de mi sueño, me quedé varada durante décadas en la comunión con mi artista renacentista, y por eso nunca pude construir nada con mi vida, no goce lo suficiente, y lo que más me pesa… nunca ame con fuerza y pasión a una sola persona. Solamente viví con la ilusión de amar, sin nunca ser correspondida. Todo fue un espejismo. No me di cuenta de que la vida es tan fugaz como el sueño de una noche de verano, y mi castigo fue percatarme de aquello solo al final de mis días, cuando la estrella fugaz ya se pierde en el horizonte. Que tragedia, que desdicha, pero bueno, en el teatro las cosas son así, y yo soy solo un sencillo y pequeño personaje en esta gran obra que es la vida. Sir William lo quiso así.
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