La casa destechada
Estoy en este valle, entre tulipanes y cocuites. Unos nubarrones blancos navegan en ese pedacito de cielo azul intenso, algo angustiante se percibe en el aire; busco desesperadamente algo que me proteja; las ramas de este árbol que tengo a mi lado que se mecían lentamente aumentan su bailoteo y estaría tranquila si no fuera por el violento vaivén de los cocoteros que me estremecen el alma; y esas aves despavoridas que emprenden la huida. Esa montaña que tengo frente a mí está deteniendo un ente invisible y terrible, que con furia está queriendo traspasarlo para arrasar con todo lo que encuentre a su paso. Estoy aquí estática, absorta y además para colmo de males, extremadamente delgada, no sé si podré contra el empuje violento de esa fuerza invisible, pero algo me detiene afuera, aquí en el patio, sabiendo que tengo que buscar un refugio ya sea entrando a la cabañita de tabla y de palma o echarme a correr ¿Pero a donde? Aunque corra o entre allí nada me salvará de ese ventarrón que furiosamente amenaza con entrar a este valle, el momento es angustiante e interminable; ¿qué haré?; ya sé, cuando sea el momento me abrazaré fuertemente de ese árbol, no quiero ser El leve Pedro, volando en el espacio; Pero pegarme a este árbol que se ve tan frágil, no es del todo seguro, no sé si podrá ser mi salvavidas, no sé si pueda soportar esos tentáculos invisibles que succionan todo a su paso, para después arrojarlos y aniquilarlos lejos de sí mismo. Ya está más cerca, y las montañas como murallas le niegan el paso; de repente un ruido estremecedor se escucha, es ese árbol arrancado de raíz que lentamente se va desplomando, y en su pesada caída arrastra a otros a su paso, llevando tras de si una avalancha de tierra; mientras que el techado de jonote y de palma de mis vecinos que está pegado a esa loma, con esa forma rectangular de hoja doblada por la mitad, emprende el vuelo y se eleva por los aires como un sombrero o papel ligero y extrañamente cae en el patio sin ningún descalabro; y esta casa queda como aquel señor que le han arrebatado su sombrero, calva y sin cabellera; se ve raro ese cajón tejido de jonote, palo bofo y grisáceo, que antes había sido una casita como todas; y el instinto de salvación, la idea de abrazarme a ese árbol para no soltarlo nunca, se esfumó al igual que el último empujón de ese viento atrás de las montañas ante la vista de esta casa destechada.
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