Como pudo, se levantó de la cama.
La enfermedad ósea degenerativa que padecía, se había ido acrecentando con los años. A su ancianidad, aún podía valerse por sí misma. Pero cada vez con más dificultad.
Sus temblorosas piernas tardaron en reaccionar a los estímulos cerebrales.
Caminando casi arrastrando sus pies, despacio, apoyada en su inseparable bastón, comenzó su rutina matinal…
¿Quién dirá hoy misa? Se preguntaba mientras caminaba despacio hacia la pequeña iglesia donde iba día tras día, a la misma hora.
Se divertía puntuando los sermones: Hoy un cero, que horror, que pocas ganas y que escaso interes…
De vuelta a casa, con la barra de pan para la comida. Hoy haré crema de calabacín. Me apetece. Su escasa dentadura no la permitía masticar algo más sólido. Se imaginó un suculento pollo asado. Que bueno. Cuanto tiempo sin comerlo. Quien pudiera.
Tras la comida, la anciana se encaminó a una habitación de su casa, que hacía las veces de biblioteca. Se paró delante de una estantería repleta de libros. Los miró, pensativa. ¿Por qué nunca había leído ninguno? Quizá eso habría bastado para tomar otro camino.
Retiró un enorme ejemplar de La Biblia, y accionó un mecanismo que se encontraba justo detrás. Al momento, la estantería se abrió, despacio, como la puerta de una caja fuerte, ofreciendo paso a una estancia pequeña, sin más mobiliario que una mesa, un sillón, y un ordenador, además de innumerables fotografías colgadas con chinchetas de la pared. Una espectacular y necrológica colección.
Se acomodó en el sillón y pulsó el botón de encendido del ordenador. El mejor que se podía comprar en la actualidad, le habían asegurado. Encendió la pantalla LCD de 19 pulgadas, y esperó la correcta apertura de todo el sistema. Después, abrió el programa de correo electrónico. 1 mensaje en la bandeja de entrada. “Espero instrucciones”, decía el mensaje.
Contestó a ese mensaje, enviando otro que decía: “adelante”. Borró los mensajes antes de apagar el ordenador.
Al día siguiente, por la mañana, tomando café con churros en la cafetería de siempre, ojeó el periódico, como solía hacer.
Veamos los titulares... XXX asesinado. Se busca al responsable. La policía desconcertada. Bla, bla, bla. Cerró el periódico.
Por la noche, en su casa, en la desgastada mecedora de siempre, adormeciéndose con el telediario, un único pensamiento venía a la cabeza de la anciana. Quería leer aquellos libros que nunca leyó. Y después, descansaría, por fin y para siempre.
Antes de ir a dormir, entró de nuevo en la habitación de las fotografías. Y astiada, leyó la pantalla de su ordenador: ...Tiene un mensaje nuevo en su bandeja de entrada...
¿Porqué sigo haciendo esto?
Leyó el mensaje, y apago el ordenador. Recogió todas las fotografías, una por una. Abrió la puerta de casa y se marchó.
Y esa misma noche, un espectacular incendio arrasó la vivienda de la anciana... |