Ella contemplo su rostro una vez más frente a ese espejo que no la haría rejuvenecer, así se viera mil veces, continuaría siendo igual. ¿Cuánto le quedaría? ¿Dos meses? ¿Tal vez tres? … no importaba.
Cogió un cigarro a medio consumir sobre el buró, lo encendió, mando al diablo su presente y su escaso futuro, volteó la fotografía de su esposo y caminó perdida en su propio departamento, o bueno, en realidad lo había comprado con el seguro de defunción de su esposo y de todos modos que importaba; ella no tenía seguro de vida y tampoco alguien que lo cobrara.
Después de tantos años por fin caminaba como habría querido que fuera hace ya tanto tiempo, sin hijos ni compañía alguna.
Su esposo le pedía que tuvieran niños, decía que la casa se llenaría de mariposas coloridas y las navidades dejarían de ser apagadas, sin embargo nunca entendió la concepción de su esposa, la soledad que ella quería era más que un simple capricho, esa soledad se había convertido en la mejor de las compañeras echando raíces en lo más hondo de su humanidad, cada vez más vieja y olvidada. Tener marido era una cosa y otra muy diferente sentirse acompañada.
Después de tantos años se daba cuenta que la pasión no había sido la mejor de sus consejeras, jamás lo fue, ni cuando decidió casarse en un ataque de romanticismo, ni cuando decidió acostarse con el cajero del supermercado …Él jamás lo supo, o tal vez sí, bueno, nunca dijo nada.
Él era tan bueno, con la bondad con que se hace memoria a los difuntos, con recuerdos sepia y momentos felices solamente…”Recuerdo que me gustaba tomarlo de la mano y caminar sin decir absolutamente nada. Alguna vez esperamos la lluvia recostados sobre el césped de unos de esos parquecitos por los suburbios de la ciudad, cuando empezó a llover decidimos huir del agua, jamás nos gustó enfermarnos”
Sentada sobre la mesa de la cocina veía como el humo se desvanecía lentamente trazando caminos abstractos en el aire, perfumando el ambiente a ceniza y vejez, a ceniza y otras memorias, en su mayoría recuerdos sobre aquel que ya no estaba; era raro en cierta forma porque lo extrañaba, extrañaba morderle la manzana del cuello y también sus conversaciones triviales y fluidas, extrañaba los años buenos del matrimonio; no los primeros años de casados, sino los que vienen después de esos con las dificultades reales y las soluciones prácticas… extrañaba los momentos cuando lo podía abrazar por las noches y cuando lo mandaba a dormir en el sofá. Extrañaba ese dolorcito en el pecho cuando lo vio besando a su secretaria y luego cuando ella tocó la puerta llevando de la mano a un pequeño niño años después.
En fin, sus recuerdos se entretejían a lo largo de sus 20 años de matrimonio, que no habían legado hijos ni perros sino traiciones y momentos buenos dentro de aquello que parecía una intermitente felicidad.
Todo termino cuando a su marido se le ocurrió morirse, dejando sin padre al hijo de la secretaria y a los peces de la sala sin el oxigenador que había prometido comprarles; sin previo aviso su auto patino sobre la pista y cayó a un barranco, murió y enzima…dejó el auto inservible.
De todas maneras el dinero del seguro había compensado lo del auto, había podido pagar ese mini departamento y le había podido pagar otro mini departamento a la secretaria que vivía dos pisos abajo.
Después de tantos años no le molestaba el pequeño romance entre ellos y tampoco que el hijo de su marido la saludara cada vez que se lo encontraba en las escaleras o en el ascensor, era tan normal como el hecho de que los peces murieron a la semana de que el oxigenador no llego y tan normal como que ella también moriría dentro de poco y no había vuelta atrás; jamás la hubo, pues de ser así los peces la hubieran echado a ella por el excusado en lugar de terminar ellos en las alcantarillas de la cuidad.
|