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DEICIDA FALLIDO
( 2010 )

El día era lúgubre y gris para mí, aunque el sol brillaba en todo su esplendor. No había más pretextos ni dilaciones. Todos los términos se habían cumplido y el interminable tiempo estaba completo. Se cerraba la última página del libro. Todos los preparativos estaban a punto.
Salí a caminar sin rumbo, a tratar inútilmente de poner en orden las ideas y después de miles de pasos inciertos entré a un bar y me bebí de una sola alzada una cerveza bien fría y después otra y otra más.
Por el efecto de la cerveza, la mente se aclaro poco a poco y la niebla del incierto camino lentamente se fue despejando, mostrándome con claridad el rumbo a tomar, el destino final me atraía hacia él. Estuve caminando en mi propia telaraña, solo que ya no podía abandonarla manteniéndome atrapado en mi propio nido.
El ritual comenzó a las cuatro y quince. En los minutos previos el segundero del reloj caía muy lentamente sobre cada segundo, prolongando el tiempo para permitir que cada detalle estuviera a punto.
Cuando se escucharon los primeros acordes de la obertura del Barbero de Sevilla, el rebosante vaso de whisky estaba servido y las treinta y cinco pastillas de Lisinopril estaban dispuestas en ocho montones de cuatro y uno de tres.
La elección fue acertada. Una sobredosis del medicamento, era suficiente para producir una fatal hipotensión, además de insuficiencia renal aguda, que culminaría en un paro cardio respiratorio fulminante. Seria rápido e indoloro.
Todavía había oportunidad para cambiar de opinión. De una vez más en ese salto del segundero, permitir que el tiempo siguiera fluyendo. Sin dolor ni remordimientos. Entonces era mejor no pensar en nada que pudiera distraer la atención. El tiempo se había terminado. El equilibrio se encontraba en el vaso de whisky en una mano y las primeras cuatro pastillas en la otra. Solo bastaba una pequeña coordinación de movimiento, el último movimiento, como en la obertura, primero la mano con las pastillas y luego la otra con el whisky.
Al igual que meterse en una ducha fría, lo difícil seria dar el primer paso y sentir el golpe helado en el cuerpo caliente, después todo fluiría con facilidad.
Pero todavía la encrucijada presentaba dos posibles caminos, por los que se podía optar. Con las primeras cuatro pastillas entre los dedos dentro de la boca, aun había opción de dar marcha atrás, de desescribir el destino o mejor de reescribirlo, pero ya no había más tiempo para dudas. La encrucijada quedo atrás y se convirtió en un solo camino sin más opciones.
El primer trago de whisky quemó primero la boca, la garganta y luego el esófago y el estomago, mientras arrastraba al interior las primeras pastillas. No hubo ningún sentimiento. El adormecimiento de las mucosas por el primer trago, facilitó los siguientes y antes de que empezara la parte rápida de la obertura, el vaso de whisky estaba vacío.
Me senté plácidamente a escuchar la conclusión de la obertura y a esperar sentir los primeros efectos. Me relajé por completo, cerré los ojos y seguí tarareando muy bajo la melodía, mientras sentía que un letargo me iba conduciendo a un relajador sueño. La tarea estaba cumplida.
Escuché algunos ruidos y me sentí muy confundido. Vi unos destellos multicolores y todo me daba vueltas. Me concentré un poco y pensé que ya me encontraba al otro lado, que había cruzado el umbral y que si había conciencia después de la muerte.
Todavía estaba sentado en el mismo lugar. Traté de verme inerte en ese sillón, pero fue imposible. Me incorporé y sentí los efectos de un fuerte mareo y pensé que así debían sentirse todos los muertos.
Miré el reloj y marcaba las siete y cuarenta y cinco. Pensé que ya era de noche lo confirmé al ver las luces del cuarto encendidas. Un rápido vistazo por la ventana me confirmó que ya era de noche. Habían trascurrido tres horas y media.
Pensé que mi familia ya habría regresado y que habría un gran alboroto al encontrarme tendido en el sillón, pero ya sería inútil. Regrese a ver el sillón, pero oh sorpresa, mi cuerpo no estaba en el. A lo mejor habían pasado más de veinticuatro horas y ya se lo habrían llevado a otra parte.
Por un instante dudé si todo habría sido un sueño y caminé tambaleante hasta el sitio de las medicinas; encontré en su lugar los frascos de Lisinopril vacios. Todo había sido real. Pensé que quizás así fuera la muerte o, con el primer asomo de remordimiento, que algo habría fallado.
Entonces entró mi padre al cuarto y sin la menor sorpresa me miró con malicia y me dijo: -Buena borrachera te has puesto. Vamos que la cena está servida.-
Después de ese día, aquel episodio se convirtió en el más grande secreto de mi vida, que jamás llegué a compartir con nadie.
Durante algunos años, en mis reflexiones más íntimas, me preguntaba con ingenuidad si por alguna extraña razón habría entrado en un estado de inmortalidad o si habría sido sujeto de un milagro.
A veces me respondía que nadie se muere la víspera, validando el concepto de predestinación, pero esa idea se quedaba en el aire, cuando pensaba en todos los suicidas que le atinaban al primer intento, aunque nunca pensé en repetir el experimento, valorando, mucho la segunda oportunidad que la vida me había brindado.
Nunca supe que si bien la dosis que había elegido era letal produciendo una hipotensión fatal, combinada con el whisky, que es un potente hipertensivo, neutralizaría el efecto por completo.

Texto agregado el 16-09-2010, y leído por 414 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
15-07-2015 Genial historia lmarianela
01-07-2015 Me sorprendiste con tu profundo relato al que no,le falta nada nos supiste conducir a un final no esperado. ya te hacia muerto. pero es como tu dices hay un corto paso entre la vida y la muerte. me encanto tu cuento. gracias por invitarme un abrazo rolandofa
23-04-2015 Buen cuento, gracias por visitarme!. Espero que no sea real, hay mil maneras de lidiar con nuestros fantasmas. JOHNNYCAS
30-03-2015 Muy profundo... ¿Es real? ¿Realmente te querías suicidar? NeverSurrender
17-02-2014 algo parecido me paso, se me apago la tele y al otro día debía cervezas, una mesa de vidrio, tres vasos, la plata al taxi que me llevo, había roto la camisa, tenía jaqueca como nunca y una sed que arrastro a donde mismo, pero lo único malo era que yo era el dueño, jajaja... saludos atanasio
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