Nuevamente Manchita se había quedado sin nada. Todas las veces que llegaba la hora de la comida, en aquel sitio pasaba lo mismo, los otros perros más grandes se apoderaban de todo, sin dejarle nada a él.
Estaban en un criadero bastante sucio, y descuidado, que quedaba bastante lejos de la ciudad, y ya hacía tiempo que nadie iba a comprar ningún perro. El dueño, un viejo malhumorado, lo había dejado en abandono. Maltrataba a todos los perros, salvo a uno, el más grande. Este era su preferido, se llamaba Diablo, de manto negro y un hocico enorme, parecía siempre estar alerta y dispuesto a pelear.
En el criadero contaban que Diablo había matado a varios perros que se le habían enfrentado, todos lo conocían y le temían.
A la hora de comer, primero comía él. Hasta que quedaba más que satisfecho, no paraba. Los otros perros, esperaban expectantes a que terminara de comer, para poder ir a buscar los restos. Cuando Diablo terminaba se retiraba, y recién ahí los otros perros corrían desesperados por su trozo de ración. Claro está, no daba para todos, y Manchita, el más pequeño de todo el criadero, se quedaba varias veces sin comer.
Su pancita, nuevamente se quejaba de hambre y por más que les pedía a los demás perros que le convidaran, estos lo ignoraban por completo.
Otra vez, tendría que intentar dormir sin haber probado bocado.
Duque, era otro perro de aquel criadero, no era muy grande, pero se había ganado el respeto de los demás perros, por su coraje. Este había visto a Manchita quedarse sin comer un par de veces ya, y si bien no le había convidado nunca, ese día, sintió más pena que los otros y decidió hacer algo. Pero el no quería que nadie se diera cuenta, ya que tenía miedo de perder aquél respeto que todos le tenían, por ayudar a aquel pequeño. Por lo tanto, espero que se hiciera la noche, y junto un poco de la comida que había guardado para darle a Manchita, se arrimó muy cuidadosamente. Sin despertar a nadie, dejó la comida donde dormía Manchita, y se alejó. Cuando había tomado ya cierta distancia, y se había ocultado bien, hizo un ruido para que Manchita se despertara.
Cuando Manchita despertó, no lo podía creer. Que hacía aquella comida junto a él. Sin dudarlo mucho, empezó a comer sin parar, como si nunca hubiera probado manjar igual. Duque, lo miraba de lejos y se hinchaba el pecho de orgullo, por aquella buena acción.
Luego de comer todo, Manchita no entendía quien, ni por que le habían realizado aquél favor, y ni se imaginaba quien lo habría hecho.
A la mañana siguiente, en el criadero había dos perros felices, Duque y Manchita. Manchita por que misteriosamente alguien le había dado de comer y Duque, por que había realizado una buena acción sin esperar nada a cambio.
Cuando llegó la hora de comer, se repitió la escena. Primero Diablo, devoró hasta hartarse, luego los demás perros avasallaron contra los restos, y Manchita apenas si pudo obtener un bocado.
Esa noche, nuevamente pasó lo mismo. Duque muy lentamente fue y le dejo una porción de su comida al chiquillo que dormía. A la distancia lo despertó, y nuevamente la sorpresa.
Así pasaron varios días. Hasta que una noche, cuando Duque hizo ruido para despertar a Manchita, luego de haberle dejado la comida, sin querer, también despertó a Diablo. Este se levantó enseguida, vio la comida que estaba junto a Manchita, que apenas se estaba despertando y sin más, le dio un gran empujón que hizo despertar a el resto de los perros y se la quitó.
Duque que observaba de lejos como todas las noches, no soportó que le quitara la comida a su pequeño amigo y enfrentó a Diablo. En ese momento, el resto de los perros se apartaron, y Diablo lo miró fijo, con los ojos con tinte rojizo de furia. Aquellos ojos hubieran aterrorizado a cualquier otro perro, pero Duque siguió firme. Se abalanzó uno sobre el otro, y se comenzaron a pelear. Se levantó el polvo, ladridos, garras, los otros perros sin excepción, ladraban apoyando a Duque.
Con tanto ruido, el dueño se despertó y fue hacia el granero. Tomo un rifle viejo que tenía por si alguien lo molestaba demasiado y disparó dos veces al aire. Los perros asustados corrieron para todos lados, acurrucándose debajo de las pajas, o escudándose en las esquinas. La polvareda fue disminuyendo, Diablo, con un andar sentido, se levantó y se alejó un par de metros. Duque apenas pudo levantarse, tenía bastante lastimada una de las patas y todo el cuerdo adolorido. El dueño pateo a Duque y este cayó de nuevo al suelo. Luego gritó a todos que se mantuvieran quietos y callados de lo contrario saldría a matarlos uno por uno, sin excepción.
Manchita fue el único que se acercó a Duque para ayudarlo, los demás hicieron como si no pasara nada. Duque estaba muy cansado y malherido. Manchita con todas sus fuerzas lo arrastró, hasta dejarlo en su propia cama, para que pudiera descansar, él se había dado cuenta que quien le llevaba la comida todas las noches era Duque.
A la mañana, cuando Manchita se despertó, no vio a Duque en donde lo había dejado, este se había ido. Lo vio a la distancia, se le acercó y le agradeció que todas las noches éste le llevara comida, pero él lo negó, dijo que él nunca lo había hecho y se alejó.
Ese día transcurrió en pleno silencio, nadie miraba a nadie, todos callados, temerosos. Al momento de comer, se repitió la misma escena de siempre, donde primero comió Diablo y luego los otros. Esa noche, Manchita no recibió la visita de nadie.
Manchita nuevamente llevaba dos días, apenas mordiendo algún bocado de comida. Duque no pudo ignorarlo más y decidió volver a llevarle comida.
Cuando cayó la noche, y Manchita dormía profundamente, Duque nuevamente le arrimó un poco de comida que había guardado. Se alejó y lo despertó a la distancia. Manchita, miró hacia todos lados, y no vio a nadie, pero vio el lugar de Duque vacío, por lo que se imaginó que este se había escondido luego de llevarle la comida. Sonrió, y comenzó a comer feliz asegurándose lo que ya sospechaba, que Duque era quien le llevaba a la noche la comida.
A lo lejos, entre las sombras, estaba Diablo, quien había observado todo lo que pasaba. Se dio cuenta que Duque estaba alimentando al pequeño por las noches. Esto lo llenó de furia, y como ya odiaba a Duque desde que se le había enfrentado, lo hizo enloquecer.
Esa noche, Diablo, no hizo nada, dejó que las cosas pasaran observando todo desde lejos.
Al otro día, fue un día más, hasta que llego la hora de la comida. Diablo se aproximó y comenzó a comer, comió más que nunca. Comió hasta casi reventar. Luego de quedar satisfecho se alejo, y como siempre, el resto de los perros intentó ir a comer. Pudieron ir todos, pero cuando Duque lo intentó, se le cruzó en el medio y no le permitió hacerlo. Con un gran ladrido lo alejó, y con los colmillos saliendo de su boca, lo amenazó. Los otros perros se inquietaron, hubo un murmullo general, nerviosismo Duque insistió, pero no pudo intimidar a Diablo quien estaba furioso y como aun seguía sentido de la pelea anterior, no quiso comenzar otra. Se alejo, con la cola entre las patas, triste y hambriento.
Entre tanto movimiento y distracción, Manchita había aprovechado a sacar y esconder unos cuantos buenos bocados de comida. Para cuando todo había pasado y el resto de los perros intentó comer, Manchita ya se había alejado.
Esa noche, la situación fue a la inversa. Duque dormía y Manchita estaba despierto. Este pequeño, fue primero a ver que Diablo durmiera, luego de verificar esto, fue a donde había escondido la comida, y se la arrimó a Duque, e hizo lo que éste había realizado tantas veces, la dejó bien cerca de él y desde lejos lo despertó.
Duque no lo podía creer. El pequeño se había arriesgado por él, le había llevado comida aun con el riesgo de luchar contra Diablo. Que por la diferencia de tamaños, hubiera sido su última pelea.
Esto lo lleno de orgullo y al otro día, habló por fin con Manchita. Ellos se hicieron grandes amigos y reconocieron los favores que el uno había hecho por el otro.
Luego de una larga charla decidieron hablar con el resto de los perros, para revelarse contra Diablo y cambiar aquello que era indignante y que no tenían por que soportar. Los demás perros no se animaban a pelear contra Diablo, le tenían mucho miedo y no querían saber de nada con aquello.
Pero por más que los otros perros no los respaldaron, aquellos dos amigos, ya lo habían decidido, lo enfrentaría a la hora de comer.
Al fin llegó la hora. En el aire se olía la tensión y el nerviosismo que había en el lugar. Los otros perros que imaginaban lo que pasaría, ya se estaban lamentando y se escondían para no tener nada que ver con aquello.
Cuando Diablo se dispuso a comer, se topó con Duque, quien le tapaba el paso. Diablo sonrió irónicamente, como burlándose y sin distraerse demasiado, arremetió contra Duque. Este a su vez, respondió enseguida. Hubo un par de vueltas, y ladridos. En seguida Duque escapó de una afilada garra y dobló la esquina del granero. Diablo lo siguió, corrió y dobló la esquina, pero justo al doblar, pisó el filo de una pala y la misma se levantó y golpeó su cabeza. Esto lo enfureció aun más. Manchita fue por la espalda, mientras que Diablo aun estaba medio mareado por el golpe, y le mordió la cola. Enseguida salió corriendo, metiéndose por un hueco que daba al interior del granero. Diablo, no lo soportaba más, estaba enfurecido como nunca lo habían visto en aquel criadero. Con todas sus fuerzas, metió su enorme hocico por el hueco que daba al otro lado, con tanta fuerza le dio, que atravesó toda su cabeza. Pero cuando intentó sacarla, no lo pudo hacer. Había quedado atascado.
Manchita y Duque se acercaron por la parte de atrás y le pusieron un panal que acababan de arrancar justo en la cola de Diablo y se alejaron enseguida. Las abejas estaban como locas y picaban a todos los que estuvieran cerca. Diablo no lo soportó, saltó, movió su cuerpo como pudo, ladró, aulló, pero nada alejaba a las abejas, quienes lo estaban picando por todos lados. Con todas sus fuerzas, y ya desesperado atravesó con su cabeza aquel muro y salió corriendo perseguido por un mar de abejas.
Se lo perdió en el horizonte corriendo, por la ruta que daba más allá del lugar.
Victoriosos, Duque y Manchita sentenciaron, que de ahora en más todos comerían por parte iguales sin importar el tamaño que tuviera cada uno.
Apenas se comenzaba a calmar la situación, llegó el dueño con una familia que estaba buscando un perro para su hogar. Era una familia muy linda, y parecían muy simpáticos y buenos. Ella era un niñita dulce y delicada. Con sus mejores modales y el mayor de los cuidados acarició a Manchita y lo eligió para llevárselo a su hogar. Manchita saltó de los brazos de la niña y corrió junto a Duque, y se protegió en él. La niña entendió de inmediato de que se trataba y le dijo a sus padres, que no podían llevarse solo a él, que deberían llevarse a ambos perros, por que a los amigos, no se los separa.Los padres aceptaron y se llevaron a ambos perros.
Así fue que Duque y Manchita vivieron como grandes amigos, felices para siempre...
Fin.
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