Era común en las noches a la hora de dormir, no importaba porqué lado de la cama se acostara, que Joaquín sobara la cabeza del tigre que descansaba encima de él. Era esa hora en la que el tigre se levantaba y saltaba de la cama. Siempre veía impaciente como el niño se ponía la pijama, se metía entre las cobijas y lo acariciaba antes de cerrar los ojos. Entonces el tigre de bengala se bajaba de la cama; sea hacia la selva, el bosque o donde sea que hubiera una presa; estiraba sus patas y salía de caza.
Las noches de caza de jabalís eran sus preferidas. Detrás de la maleza sin hacer ruido miraba como el animal husmeaba en busca de su comida. Olfateaba, raspaba y gruñía. El tigre siempre se sonreía entre los matorrales mientras se acercaba a su presa. Sus ojos dorados brillaban, a través de las ramas y en noches de luna, cuando acechaba en la oscuridad por entre las sombras. Tan pronto el jabalí había encontrado alguna seta o raíz para comer el tigre caía encima, clavaba sus colmillos en el cuello y hundía sus garras en el lomo. Era el final del jabalí, el tigre nunca había soltado una presa no importaba cuanto chillara, saltara o revolcara. La noche terminaba y siempre llegaba a tiempo para descansar en la cama junto a Joaquín.
Sin bajarse de la cama, por las mañanas, el tigre intentaba agarrar los peces que a veces se acercaban nadando. Igual que un niño desde el borde estiraba su mano esperando atrapar los peces rosados que chapoteaban en el estanque bajo la cama. Unos hasta parecían burlarse de él aleteando desesperadamente fuera de su alcance. Ya sabían que Joaquin odiaba que se subiera mojado a la cama los días en que por debajo pasaba un rio.
En la montaña no había mucho que hacer. Esas noches regresaba temprano a descansar, se hacia un ovillo encima del niño y esperaba que Miumiu, el gato negro y blanco de Joaquín, se acostara entre sus patas. Juntos, los tres dormían hasta que sonara el despertador para ir al colegio. Con los ojos cerrados Joaquín apretaba el botón silencio, mamá entraba al cuarto y el tigre de bengala era otra vez solo un dibujo en su cobija. Su mamá siempre hacía lo mismo con su mejor amigo.
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