“La historia que sigue a continuación, una historia que nació de la sospecha y de la duda, tiene la única desgracia (que algunos llaman suerte) de ser verdadera”
-Danilo Kiss-
Aquella mañana Renata, más nerviosa de lo habitual, cruza su pequeño despacho con grandes pasos, mientras piensa en la mezquina de su compañera, esa trepa asquerosa que se había ganado la confianza de los jefazos.
¿Qué habrá hecho? –Se pregunta- El puesto de coordinadora era mío.
Sí, Renata poseía todos los méritos para aspirar a la plaza: antigüedad, formación profesional, buenos informes de su supervisora…, había puesto mucha ilusión en el nuevo empleo, además todos en la empresa estaban convencidos de que se lo darían a ella; hasta que una tarde desde el departamento de recursos humanos le comunicaron que la plaza era para Catalina, su compañera.
Éramos amigas –piensa Renata- mientras sigue paseando por el despacho.
Recuerda cuando ésta llegó hacía poco más de un año. Fue Renata quien le introdujo en los círculos de la empresa, quien le presentó a todos sus compañeros, quien le enseñó todas las funciones que debía desempeñar, hasta le aconsejó en quién podía confiar y en quién no. Catalina acababa de llegar a la ciudad, por lo que, no sólo se enfrentaba a un nuevo trabajo, también debía habituarse a su nueva residencia, y para ello Renata no dudó en acompañarla en la búsqueda de piso. Parecía tan desvalida, le recordaba tanto a ella misma cuando llegó, en cierto modo le producía una ligera sensación de pena.
Pero esa mañana sus sentimientos han cambiado, quiere apartar de su mente todos los momentos agradables que han compartido.
Comienza por quitar las fotos que cuelgan en la pared. En una de ellas se puede ver a las dos, Renata con su marido sonriendo a la cámara mientras Catalina guiña un ojo al fotógrafo, su novio por aquel entonces. Esa foto es especial, lo pasaron tan bien, fue un fin de semana inolvidable, los cuatro en la playa, disfrutando del sol, de la buena mesa, de largos paseos… La de confidencias que se hicieron esos días. Fue entonces cuando Renata le confesó a Catalina que estaba embarazada, hasta entonces tan sólo su marido conocía la noticia, y le rogó que guardara silencio hasta que se resolviese el asunto de su ascenso.
¡Maldita traidora! ¿No podía haber guardado el secreto? No, tenía que decírselo a todos.
Renata lo supo días después cuando muchos de sus compañeros comenzaron a felicitarla.
No tiene nada que ver tu futura maternidad –le había dicho el jefe de personal- cuando Renata fue a pedirle explicaciones. Pero ello no le creyó, ésa era la razón, aunque también podría ser por lo que se rumoreaba por los pasillos. Catalina y él estuviesen liados.
Ahora poco importan los motivos. Ya le llegará su momento, y ese momento está a punto de pasar.
Si eso es lo que quieres, lo tendrás –dijo Renata en voz alta.
No había terminado de pronunciar estas palabras cuando sonó el teléfono.
¿Sí?, sí soy yo. Claro que estoy interesada.
¿Entonces, cuánto me costará el anuncio?... De acuerdo, ahora mismo hago el ingreso.
Pero antes de colgar, añade: ¿pueden enviarme el texto tal y como lo insertarán?
Después de cortar la comunicación telefónica se sitúa frente a la pantalla del ordenador.
Espero que no se demoren demasiado, piensa, mientras se muerde las uñas.
Entretenida con ese acto, que no realizaba desde la adolescencia, ve llegar un nuevo mensaje. Lo abre, toma aire y lee el texto. Con manos temblorosas pulsa las teclas del ordenador para enviar su conformidad.
Ahora sí, más tranquila, apaga el monitor, se recuesta en su sillón y con el mensaje impreso no puede por menos que esbozar una sonrisa, mientras lee en voz alta:
“Mujer de 35 años, totalmente desinhibida está deseando conocerte. Te espero en mi casa, con poca ropa y mucho calor para compartir”. Y abajo una dirección, un teléfono de contacto y el nombre de Catalina.
La venganza está en marcha, piensa Renata. Coge su bolso, apaga la luz del despacho, sale de la oficina y llama a su marido.
-Cariño, te espero en el restaurante azul, sí, sí, ese tan coqueto. ¿Que, por qué? Tenemos algo que celebrar. Luego te lo cuento.
Guarda el móvil en su bolso. En la calle toma un taxi, y Renata se pierde entre tráfico de automóviles y viandantes.
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