SESENTA SEGUNDOS
Deseo con vehemencia que el inevitable postrer minuto de mi vida se transforme por arte de magia en el último minuto antes de un estreno teatral.
Deseo escuchar los primeros crujidos de los tachos de luz alojando el color prematuro que destellará sobre el cartón pintado, el murmullo convenido del público, el último martillazo necesario, el rezo de los actores repasando la ficción, la nota perdida de la melodía que se escapa de las cuerdas de la guitarra distraída.
Anhelo percibir el perfume que exudan las telas de colores, las maderas acaso recién cortadas, la goma que pega los defectos de la carencia y la humedad instalada en la sala por los antiguos cuerpos turbados de emoción. Ansío ver las figuras silenciosas de los actores transformados que cambiaron la piel como la serpiente para comenzar una nueva, transitoria vida, los pasos apresurados del director tratando de corregir lo inevitable, lo irremediable, el techo lejano perdido como un cielo cruzado por cuerdas y poleas que sostienen trastos gigantes para la tramoya de la vida y de la muerte.
En el último minuto de mi vida quisiera navegar por el silencio a propósito del teatro, esconderme entre bambalinas para esperar en secreto y feliz el último acto de mi vida, quizás sabiendo que por única vez la realidad se convertirá en ficción y la ficción en realidad. Y si esto no fuera posible, anhelo enterarme, en el último minuto, que los silencios y los sonidos, las luces y las penumbras, las risas y los llantos, continuarán por siempre en el antiguo edificio que alberga el sueño primigenio de los hombres.
|