Pequeña historia de amor ejemplar.
Esbelto, coqueto y lleno de sensualidad, cogió su deportivo rojo y se fue al mejor lugar de la ciudad.
Caminó por la pasarela que lo llevaría al gran salón, donde estaría con sus pares; hombres y mujeres lucían iguales, en aquel montón.
Su pelo humedecido por una gruesa porción de gel, regalaba al ambiente frescos aires de limpieza, un atisbo de grandeza y a los ojos del espejo, un magno aspecto de princesa.
Cruzó las miradas con una rubia platinada y le dijo seriamente - que fascinante, que engalanada, si esto es como estar soñando, es todo lo que yo he querido, a nuestros hijos los teñiré de rubio, para así yo parecer un buen marido- y así fue que con estas palabras, sellaron su destino.
Luego de una boda televisada, en una iglesia recién santificada, digna de albergar tal evento, esta pareja, la más famosa del momento, juró al mismísimo Dios que se amarían y respetarían hasta que la muerte lo llevase a su gloriosa compañía, este sin demora dio su aprobación, así como lo ha hecho por siempre con los hijos de su creación.
Al rato y luego de recibir los regalos de bodas, la rubia platinada le dijo a su amado esposo que ya no estaba enamorada, que nunca lo estuvo y que era todo una coartada.
La pareja entonces resolvió el divorcio y para hacer de este anuncio algo digno de las circunstancias, vendieron la exclusiva a una revista de importancia, la que gustosa pagó una suma conveniente, para así poder contarle a la gente, que el amor a veces no es para siempre y que los famosos sufren penas, amarguras y desventuras; como todas las criaturas.
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