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Ya olia a crepusculo el sendero. Don Alfeiro, que conocia de sobra esos caminos de Dios, le dijo que no se adentrara en esos montes cuando la luna le robara al sol el cielo. Pero ese muchacho, Diogenito, nunca fue uno de escuchar. Por el contrario, cuando le decian 'no haga', era como si le dijeran 'ande rapido, mijo!'. Diogenito, hijo de Don Diogenes el de Loma Blanca, era mas terco que las mulas de Mano Juan. Por eso, cuando Don Alfeiro le dijo que no se fuera a esas horas, el muchacho tomo su machete y su funda de viveres y arranco por ahi, por el camino de los matorrales, sin decir media palabra y sin mirar para los lados, como quien se cree mas grande que la loma y mas importante que el agua. y Don Alfeiro, que nunca le deseo mal a nadie, se persigno dos veces, y le mando atras a ese muchacho terco cuanto santo recordo, pa' que le cuidaran por el camino. A la hora y media ya el sendero nada mas era sombra y ruido. Si se paraba, la loma crugia, gemia, ahullaba, y se remeneaba en todas direcciones, y el muchacho, con el machete apretao, no veia ni su propia mano, que temblaba como cuando el frio viene de la boca de un muerto. 'en que yo me meti?' Pensaba asustado, mientras intentaba en vano avanzar. 'Cono, me callo encima la noche', se decia, mientras blandia a ciegas el machete con la diestra. Oliva, su abuela, le habia contado que de noche las cosas malas salen a buscar comida. 'Mierda!' exclamo Diogenito casi gritando, porque el frio que los oscurecidos arboles soplaban no parecia venir de los arboles, si no de los labios de una cosa que el no veia, pero que, sin verla, estaba. Era como una sombra que entre las sombras, veloz, se paseaba, y Diogenito, temblando, apretaba los dientes y el machete, ya sudao, se le resbalaba. Oliva le dijo que cuando el diablo anda rondando, el viento huele a sulfuro. A Diogenito le venia tocando el recto el miedo, que de vez en cuando se volvi­a mierda. Y el corazon, cual locomotora, ya le subia a la garganta, ya le bajaba al estomago, ya se le escondia en las bolas. Y desde la sombra olia a una vaina rara que para el no era otra cosa si no sulfuro, o azufre, o cualquiera de esa desgracias que don Lucifer botaba sabra Dios si por la boca o por el culo; y es que a el le tenia sin cuidado el ducto por donde salia el dichoso baho, si lo que le tenia la piel de gallina era si era o no, aquello, el diablo. De repente, sintio que el machete y la esperanza salieron volando! Y el buen Diogenito, meandose del miedo, se quedo alli petrificado, rezando las oraciones que jamas se aprendio, y llorando como lo que era y no se queria creer: un nino asustado. Las ramas cuyas hojas con la noche pierden todo verdor, fueron las que atestiguaron. Pero nadie supo mas de Diogenito el hijo terco de Don Diogenes de Loma Blanca, porque los que preguntaron por todos los senderos y por todos los pueblos aledanos, a esas ramas atemporales no le preguntaron. Ellas vieron que iba envuelto en mucho pelo el pobre muchacho asustado, destilando sangre de una mordida femenina, carnivora, gritando 'el diablo, el diablo, el diablo' sin saber que se lo llevaba la selva con unas tetas redonditas, caderas de buena hembra, ojos de fiera hambrienta, y los pies al reves, sus dedos apuntando en direccion opuesta a la que la Ciguapa corria y a Diogenito arrastraba.

Texto agregado el 08-09-2010, y leído por 173 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
08-09-2010 Espectacular Filiberto
 
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